Greta y yo estamos lesionados y no podemos permitirnos largos paseos. A mediados de noviembre ya hace hace bastante frío en la Meseta burgalesa así que nos conformamos con una excursión en coche. A media mañana, con buen sol, dejamos a un lado Villadiego y enfilamos hacia la Peña Amaya por carreteras tranquilas en las que apenas transita algún tractor. Pasamos por Sotesgrudo, Amaya y Humada, al pie de la Peña Ulaña. De vez en cuando nos detenemos para sacar alguna foto.
El geoparque de Las Loras, que voy conociendo por partes, me tiene fascinado. La vegetación es escasa y predomina una desnudez que enaltece a esas grandes formaciones geológicas cortadas al ras en las cumbres llamadas loras. Farallones rocosos verticales, donde anidan aves rupícolas como el buitre, sustentan enormes plataformas azotadas por el viento donde apenas queda ya algún refugio de pastores. Entre ellas discurren valles profundos que albergan pueblecitos escondidos y aislados.
En Humada arranca la carretera que conduce hasta Rebolledo de la Torre, donde hay una iglesia románica con un porche muy famoso, que quiero visitar. Pero se trata de una carretera de montaña y, como queremos comer en Villadiego, lo dejamos para otra ocasión.
En Villadiego aparcamos junto a la iglesia parroquial de San Lorenzo, gótica. que tiene una curiosa torre moderna. Tiene varias puertas de acceso, que están cerradas. En una de ellas consta una inscripción que dice “iglesia de asilo”. Luego leo que se trata de un derecho de asilo concedido a los judíos por Enrique IV.
Villadiego, que cuenta con un importante patrimonio monumental e histórico, fue fundada por el conde Diego Porcelos en el siglo IX. Este es el mismo conde que repoblaría la ciudad de Burgos. En su tiempo estuvo amurallada, siendo uno de sus edificios emblemáticos el que alberga la puerta norte. También puede visitarse en Villadiego, aunque nosotros lo encontramos cerrado, un centro de interpretación del Geoparque.
Enseguida llegamos hasta la plaza Mayor, porticada en buena parte, y nos sentamos a tomar un aperitivo en una terraza. Lástima que el solecillo ande desanimado esta mañana. En mitad de la plaza hay una estatua dedicada a fray Enrique Florez, agustino e historiador del siglo XVIII y autor de España sagrada. No hay demasiada gente, al menos en esta época del año. Recuerdo haber pasado por aquí en pleno verano y encontrarlo muy animado.
Durante el paseo encontramos una placa en la fachada de un edificio. En ella se informa que en la casa vivió y murió Angel Pardo (1924-1995), que fue uno de los dibujantes del Capitán Trueno. Uno como yo, que es hijo de esa época, no puede menos que sumarse al homenaje.
Nos vamos a comer al restaurante Ronny, donde disfrutamos de una buena comida casera en un agradable comedor de traza castellana. Cuando terminamos el sol ha cogido alguna confianza y nos vamos a pasear por un agradable parquecillo junto al río Brullés y que luego continúa en dirección oeste por uno de esos cómodos y solitarios caminos castellanos de tierra que, normalmente, conectan a unos pueblos con otros.
Andamos un par de kilómetros y regresamos sobre nuestros pasos. Con un buen sol allá arriba, el airecillo estimulante y un paisaje tan abierto, estos paseos son una delicia. A unos metros discurre el Brullés en la buena compañía de sendas columnas de chopos. Aún más cerca hay un arroyuelo que ni siquiera vemos por su escaso caudal, si es que tiene alguno, y por estar cubierto de vegetación.
Para cuando llegamos a Burgos está a punto de anochecer.