sábado, 5 de febrero de 2022

Los bosquecillos de robles



Tenemos la suerte de tener un par de bosquecillos de robles en las inmediaciones de nuestra casa. Se conoce que, antes de la urbanización masiva de la zona, además de los maizales, había bastantes robles. Los ejemplares –quizá por vivir en un lugar de reducidas dimensiones–, han cogido mucha altura. El que tengo más próximo lo contemplo casi todos los días. Ahora, en pleno invierno, está desnudo de hojas. Lo desbrozaron hace un año y se llevaron también todos los restos de poda que algunos vecinos desaprensivos iban acumulando en él. Ya se está volviendo a llenar. Menuda pereza llevarlos hasta la escombrera municipal, y gratuita.

El otro día me acerqué hasta el otro bosquecillo, más grande, situado al final del bulevar. Desde mi última visita también lo han desbrozado y limpiado. Es un lugar frecuentado por propietarios de perros. En aquel momento, cosa rara, no había ninguno. Se escuchaban las piadas de los pájaros y yo era el único visitante. Estos lugares no hay más remedio que limpiarlos, pero pensé que a muchos animalillos que viven aquí no les hizo ninguna gracia que entraran los jardineros a destrozarles sus viviendas. La vida urbana es dura para los bichos. Ví que había bastantes avellanos en los márgenes. Incluso dispone de unas pocas mesas de picnic.

Los bosquecillo de robles son los respiraderos de los conglomerados de asfalto y bloques de hormigón. Espero que sigan ahí una larga temporada, pero la verdad es que ya no te puedes fiar.