Cuando concluya la primera lectura volveré al principio, con mayor placer aún. Tendré entonces la ventaja de centrarme en los pasajes que más me han interesado, todos ellos debidamente señalizados. Tampoco me veré obligado a consultar con tanta frecuencia el diccionario, pues también he apuntado en los márgenes la traducción de las palabras desconocidas. No son demasiadas, afortunadamente, porque la prosa cioraniana es deliciosamente transparente.
La única pega que tiene este volumen es su tamaño, que imposibilita el llevárselo de viaje. En su lugar podría arreglarme con la antología que tradujo Carlos Manzano para Tusquets y que adquirí bastante antes, en marzo de 2005. Pero, claro, es la décima parte del volumen original y, además, como es sabido, las antologías las carga el diablo.