Ni una palabra en el
reportaje de El País sobre las
verdaderas razones por las que una multitud -totalmente inaudita en estas
mesetas- ha acudido, como un solo hombre, a ver la exposición de Dalí en el
museo Reina Sofía. Piadoso el rotativo madrileño: para una vez que el pueblo se
interesa por un artista mejor no desvelar el trasfondo del asunto.
Un bloguero,
en esta detallada y demoledora crónica, explica las razones de este súbdito
amor del público por el inventor del método paranoico-crítico: una popular mutua automovilista madrileña regalaba dos entradas a cada uno de sus asociados,
dieciséis millones de entradas en total. La crónica no tiene desperdicio:
“Acudieron con sus bermudas, su santa, su barriga, y los churumbeles a
ser posible, a pasar un día refrescante paseando por un lugar que no habían
pisado en su vida, del que habían oído hablar lejanamente y que por lo
visto se llama Museo... a ver la expo de un colgado (sic) que estaba como
una regadera (sic), como una puta cabra (sic), y otras lindezas escuchadas
por mí mientras visitaba la expo.”
“Hablar de mediocridad es quedarse corto. Estamos hablando
de mala educación, incapacidad para comportarse en un lugar público, para estar
en silencio, para guardar las formas, ¡ya no hablo de apreciar las obras, ya no
hablo de valorar el trabajo, ni siquiera hablo de que les guste el arte! NO.
Hablo de una vulgaridad y una malcrianza que, lástima para mí, me ha dado la
medida de cómo está evolucionando este país de mis entretelas. Hablo de agresividad con los funcionarios del Museo, hablo
de que, dentro de las salas y en las colas, se
respiraba una tensión impropia de lo que debería de haber sido una actividad
lúdica, creativa, educativa y relajante.”
Salvador Dalí, avida dollars, franquista, se estará regocijando
en su tumba.
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