lunes, 7 de abril de 2008
Txingudi, final del invierno
Mediodía nublado. Bajamar en el parque ecológico Marismas de Txingudi. Todo parece tranquilo y silencioso. Apenas media docena de paseantes. En la laguna dulce sólo los patos corretean de un lado a otro. Bonitos senderos solitarios. Primeros brotes de los sauces cabrunos. Lagunas saladas, charcas, regatas. Un mundo acuático a merced de las mareas. Unos metros más allá, la turbamulta del tráfico rodado y el estruendo de los aviones. Hasta las vías del tren pasan cerca, para que no falte nada. Todo este jaleo en los alrededores. Escuchar los propios pasos, las piadas y los cantos de las aves, la brisa deslizándose entre el ramaje, ahora casi desnudo. Venir aquí, sentarse en una esquina, no hacer nada, nada, nada. Como el hombrecillo que reposa sobre un peldaño de la escalera de madera del puesto de observación. Ver flotar los insectos en el aire, las hojas secas rodando, la yerba meciéndose, las aves que picotean en las orillas.