
Vilanova de Cerveira, que visito cada año, siempre me aflige. Tan hermosa y parece como si se hubieran olvidado de ella.
El parque junto al río es alegre, salvo en la orilla del Miño, espesa de arboledas, donde se refugian estas embarcaciones agondoladas, que nunca he visto navegar.
El puente de la Amistad, que ví construir, horrorizado, tras un paseo por un camino de tierra, rodeado de viñas y de las arboledas sobre el río. El puente no parece haberle dado vida a este pueblo.
Al pie de la fortaleza, frente a la iglesia, una plaza ancha e irregular. Los negocios están vacíos esta tarde de agosto. El puñado de turistas no perturban la placidez de la hora, pero la tristeza lo ocupa todo como una niebla fina y amistosa.
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Me encantan esos cielos entreverados de rasgones de nubes. Dan paz. Invitan sentarse a mirarlos, así, sin más, la mente al pairo, el corazón también. He comprobado que es la mejor manera de ver ciertas cosas.
ResponderEliminarEs un pueblo precioso. Lástima de puente, sí...
Me ha gustado la luz y los detalles que nos has mostrado de ese lugar.
ResponderEliminarPor lo que veo en los mapas, allí el Miño discurre desde el noreste al suroeste, lo que en la orilla portuguesa parece garantía de muchos bellos atardeceres.
Mertxe,
ResponderEliminarLo curioso de este puente es que no parece haber traído demasiada prosperidad a las poblaciones portuguesas de la zona, aunque quizá la culpa no sea del puente (que tiene su gracia, por cierto)
Glo,
Asçi es, muy bellos atardeceres atlánticos... Agradecido.