lunes, 17 de septiembre de 2012

En Santiago de Compostela, sin pórtico ni botafumeiro

Fotos desaparecidas. Disculpen la molestia.
 En la instalación de Esther Ferrer (Fotos J.L.S.)





Hacía una década que no venía por Santiago de Compostela. Llegamos a las 11 de la mañana de un domingo de agosto. Tras dejar el coche en un parking entramos en la cafetería Derby para el segundo desayuno.

Hay una cajera de las que me gustan, una señora flaca, de edad, y rostro imperturbable amén de desconfiado. No se mueve una mosca en el lugar sin que ella se percate.

El local es antiguo e historiado, al estilo de los cafés de la postguerra.

Las calles céntricas del casco histórico están invadidas por los turistas y por algunos peregrinos.

Enseguida me sumerjo en ese ambiente peculiar de contraluces, soportales de piedra y calzadas enlosadas que tanto me gusta.

Camino de la catedral observo que existe una fundación Torrente Ballester. Pero está cerrada y, me dicen, así permanece desde tiempo ha.






En algún lado hemos leído que para contemplar en acción el botafumeiro hay que acudir a la misa de 12. Allá nos vamos.

Hay cola para entrar y el interior está abarrotado. El pórtico de la Gloria está cegado por obras de restauración. Es mi sino con los grandes monumentos, siempre surge algún problema que me los hurta.

La misa ya ha comenzado y hay un desbarajuste importante, los turistas mezclados con los fieles y con los peregrinos, gente sentada por el suelo, apoyada en las columnas y en los rincones más insospechados.

Intentamos avanzar mientras el obispo oficia en compañía de otros curas de menor rango. Los veo a través de grandes pantallas de video que hay esparcidas por la nave.






Un segurata le indica a una señora que hoy no funciona el botafumeiro. Mala suerte.

Hay un montón de boy-scouts con uniformes de mucha filigrana. Son peregrinos portugueses. Esta gente portuguesa es respetuosa y devota, según me he fijado en otras ocasiones. No se les ocurre parlotear y meter bulla durante un acto litúrgico. No como otros que yo me sé.

Bordeamos con dificultad las grandes naves esquivando gente mientras el obispo se explaya en su homilía. La cola para entrar en el camerino y abrazar –como manda la tradición- el busto del apóstol Santiago es disuasoria y colapsa la girola, tras el altar mayor, impidiendo contemplar las capillas aquí ubicadas.

Tras encender las velas de rigor –que son eléctricas y con poca poesía- optamos por salir a tomar el aire y el sol espléndido.









Calle porticada en Compostela

Merodeamos por las calles históricas pero hay demasiada gente, demasiados negocios para turistas, demasiado agobio y, en cuanto podemos, nos evadimos por calles periféricas que están vacías y son muy hermosas.

Aparecemos en el Museo de Arte Contemporáneo, obra del arquitecto portugués Alvaro Siza. El edificio está asentado junto a la antigua puerta de entrada del Camino Francés, en lo que fue el huerto del convento de San Domingo de Bonaval.

Dispone de una terraza con buenas vistas sobre el casco histórico y de unos jardines muy apetecibles pero que no podemos visitar por falta de tiempo y porque se ha puesto a llover.

Antes de visitar el museo almorzamos en la Bodeguilla de San Roque, situada unos metros adelante.

La espera de media hora merece la pena aunque el lugar es un poco agobiante y nada barato.

Saludamos a una familia de franceses que también esperan. La madre, muy simpática y con mucha charme.

En el interior del museo, oh sorpresa, encontramos una exposición de Esther Ferrer, cuya obra ya conocía parcialmente y que dista mucho de ser mi artista preferida.

Este montaje, sin embargo, se deja ver y, a ratos, resulta divertido. Los niños también disfrutan con estas ocurrencias.

Hay también otra exposición sobre Eugenio Granell y el cine.

Antes de abandonar el edificio entramos en su librería, que es una de las más completas en su género de las que conozco. Adquiero un librito de Robert Walser sobre pintura y un ensayo-catálogo sobre mi admirado Alex Katz que, casualmente, expone en La Coruña.

El librito de Walser, formado por poemas y prosas breves, además de imágenes, tiene su gracia.

El ensayo ilustrado de David Barro tampoco está mal. Lo malo de este tipo de librerías es que los libros de arte son muy caros en España y, a la vez, muy tentadores. Así que uno, cada vez más, se arregla como puede con internet.

Hemos reservado la tarde para acercarnos a la Ciudad de la Cultura donde se anuncia una gran exposición sobre Galicia y la escultura en piedra.



Sede de la Fundación Torrente Ballester


Vestíbulo del Centro Gallego de Arte Contemporáneo


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