
Quienes sientan curiosidad por la
mitificada figura del escritor norteamericano Paul Bowles encontrarán
interesante este libro testimonial. El autor del mismo, el escritor marroquí
Mohamed Chukri, fue uno de los pupilos literarios de Bowles, aunque él se veía como un
explotado. En efecto, Chukri denuncia que el americano se quedaba con los
derechos de autor de su novela El pan desnudo, de la que había sido traductor y
propagandista.
Mohamed Chukri (1935-2003) nació en
una aldea del Rif próxima a Melilla. Perteneció a una familia tan pobre como
numerosa. Era hijo de un militar que desertó del ejército español. A los once
años, harto de los malos tratos de su progenitor, huyó a Tánger, donde se
dedicó al vagabundeo, el robo, el contrabando y la prostitución. Fue analfabeto
hasta los 20 años y, durante su juventud, llevó una vida de excesos de alcohol
y drogas en Tánger, donde, además, entró en contacto con escritores próximos al
círculo de Bowles, como Tennesse Williams, Jean Genet, William Burroughs, Allen
Ginsberg o Truman Capote.
Es autor de una trilogía autobiográfica en la que
destaca El pan desnudo y de varios libros de ensayos sobre escritores. Su tono
directo, conciso y agresivo, además de su temática relacionada con el sexo y
las drogas, chocó radicalmente con la literatura árabe tradicional y le valió
ser prohibido durante años en su propio país.
Paul Bowles llegó a Tánger, en
compañía de su amigo ell músico Aaron Copland, en el verano de 1931. Aún le dio tiempo a
afiliarse al Partido Comunista, entre 1939 y 1941, antes de regresar en 1947,
una vez casado con la también escritora Jane Auer. Llegó para pasar un verano y
se quedó el resto de su vida. Tánger estaba entonces bajo dominio internacional
“y podías conseguir cualquier cosa mientras pagaras su precio. Todo era
corruptible”. A Paul le encantaba. A partir de la independencia del país
Marruecos le empezó a gustar menos, considerablemente menos. Y todavía menos
que Marruecos le gustaban los marroquíes. “Es muy difícil vivir en un país
musulmán si no comulgas con esta religión.”
Aquí un inciso para apuntar la
opinión de Bowles –fechada en 1993- sobre un tema que afecta a España, a la
España anterior a los atentados del 11-S. “Aún hoy en día se habla seriamente
de recuperar Al-Andalus. Si no lo hacen no es por falta de ganas: odian a
España y a todos los países extranjeros. Son xenófobos y mi opinión es que
probablemente intenten invadir el sur de España aunque sin éxito.” Bowles estaba
convencido de que el siglo XXI será el del enfrentamiento entre los musulmanes
y Occidente.
Afortunadamente para él siempre
consideró que los lugares son más importantes que la gente que los habita.
Aplica esta filosofía estoica y escéptica para no salir corriendo: “Antes que
huir creo que es mejor afrontar las situaciones que nos incomodan y soportarlas
mientras nos sea posible. Si no el deseo de evasión nunca desaparece.”
Fue a principios de los cincuenta
cuando los precursores de la Generación beat empezaron a dejarse caer por
Tánger. Al principio Paul los acogía. Luego empezó a cansarse de ellos. Nunca se
consideró un beat ni tuvo nada que ver con los hippies.
Aunque era muy respetuoso en su
comportamiento en sociedad –nunca fumaba kif en público- no fue una persona
extrovertida. Era más bien un cautivo del fatalismo. Su mujer le llamaba
“frasco de depresión”.
Paul, a diferencia de su esposa,
siempre fue perseverante a la hora de trabajar. Además de escritor fue también
pintor y músico. “El aburrimiento es quizá lo que empuja al hombre a rendir
mejor en el trabajo.” Siempre reconoció que la presencia de Jane espoleaba su
producción literaria. De hecho tras su muerte no volvió a escribir nada
significativo. Se dedicó a transcribir la producción oral de sus amigos marroquíes
y a la traducción de los mismos, lo que originó algunos problemas dado que era
él quien cobraba los derechos de autor en detrimento de los marroquíes.
Su tacañería, a juzgar por Chukri,
debió ser considerable. “Sabemos que él adora el dinero e intenta arrimarse a
quien lo tiene.” “Le gusta la buena vida sólo cuando no tiene que pagar por
ella.” Como he señalado, Chukri le acusa reiteradamente de percibir cada año
los derechos de autor de sus libros traducidos por él. Le acusa de hacer lo
mismo con Mrabet, otro de los pupilos del americano. “Vivió pobre y morirá rico”. Y así fue, en efecto.
La sexualidad de Paul siempre ha
sido controvertida y un punto misteriosa. “Paul tiene una lívido muy débil. El
sexo no era importante para él”, dijo uno de sus amigos. Llevó su
homosexualidad con discreción y esquivó siempre las preguntas sobre el tema. Nunca se ha fiado de nada ni de
nadie, pero su sentido del humor apacigua y suaviza este recelo.
Hacia los años cincuenta Paul dejó
de viajar. “No viajo porque ya no hay barcos”. También se encerró en sí mismo.
“No tiene la costumbre de ir llamando a la puerta de nadie.” Desde la
independencia del país tampoco acude a los bares, cafés ni restaurantes. Se
contenta con una salida al día, por la tarde. Va a correos y al mercado nuevo
de la calle Fez.
Paul adora a los gatos y odia a los
perros. “Los perros deberían estar en el campo. Son animales agresivos. El
gato, a pesar de su orgullo, es un animal tranquilo.”
Con el paso de los años Paul, que
adoraba la luz del desierto y los climas ecuatoriales, se volvió alérgico al
sol. Acabó perdiendo el interés por sus viejas querencias. “Ha visto tanto que
parece aburrirse. Está empachado de experiencias.”
El libro de Chukry le dedica
también un capítulo a William Burroughs. A este lo trata con menos consideración que a
Bowles. “Burroughs vivía aislado y no confiaba en nadie. Nunca salía de casa
sin una navaja o una pistola, a la que le sacaba brillo a menudo.” El autor de
Yonki nunca se mostró amable con los marroquíes, “ni tuvo la menor cortesía.”
Al cabo de algún tiempo parece que se le pasó la paranoia y se encontró más a
su gusto.
Aunque no llegó a conocerla
personalmente, Chukry se interesa mucho por la desdichada figura de Jane Bowles.
Le dedica buen número de páginas, de las que espero ocuparme en otro momento.
Dos damas muy serias, que ya tengo olvidada, siempre me pareció una gran novela.
Mohamed Chukri. Paul Bowles, el recluso de Tánger. Ed. Cabaret Voltaire. 2012. 206 pág.
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