miércoles, 24 de agosto de 2016

El conjunto fortificado de San Vicente de la Sonsierra y su bella ermita extramuros


 La torre de la iglesia y el paisaje riojano hacia el sur

El Ebro serpentea a sus pies. Las montañas la escoltan por el norte. Viñedos y campos de cereal, verde y ocre, la rodean. La riojana San Vicente de la Sonsierra (1007 habitantes en el 2015) se yergue en lo alto de un cerro, orgullosa, austera y noble.

En cuanto accedo a la plaza Mayor me invade la sensación de ciudad añeja, con personalidad, y esa sensación permanece durante toda la visita.

La amable encargada de la oficina de turismo nos cuenta que cuando las flagelaciones penitenciales fueron prohibidas, en San Vicente continuaron en la clandestinidad. Son los famosos picaos que aquí se conservan pero que, en su momento, se celebraban en toda España.

 El cauce del Ebro, con su puente viejo, a los pies de San Vicente

Ascendemos hasta el recinto amurallado, donde está la iglesia y el castillo, por las calles que recorren las procesiones del Jueves y Viernes Santos. Son calles estrechas, empinadas, flanqueadas por amplias y sólidas casas de piedra blasonadas, algunas en estado ruinoso. Uno no puede menos que imaginar a los disciplinantes en la noche.

La iglesia de Santa María la Mayor, construida en el siglo XVI, de estilo gótico tardío, se integra en el antiguo recinto amurallado de la villa, formando un conjunto monumental fortificado, junto con las ruinas del castillo de San Vicente, del siglo XII, y la pequeña y sobria ermita de la Vera Cruz, erigida probablemente en el siglo XIII.

La torre de la iglesia, que destaca en el horizonte, es de una belleza oscura y sobria, dramática. A ello contribuye su color oscuro y las formas asimétricas de su remate puntiagudo.

En el interior de la iglesia, a la que no tuvimos acceso, destaca el retablo renacentista, realizado hacia 1550 o 1560 por el taller de Juan de Beaugrant.

El castillo de San Vicente, del que hoy apenas se conservan restos de la torre del homenaje, la denominada torre del Reloj y lienzos de murallas, fue en su día, a principios del siglo XII, la fortaleza navarra de mayor envergadura construida a los pies del Ebro.

 La torre del Reloj y, a la izquierda, los restos de la torre del Homenaje

Para entender la personalidad de esta gran comarca es conveniente saber que se trata de una tierra de frontera, entre los viejos reinos de Navarra y de Castilla, que mantuvieron un sinfín de guerras para apoderarse de ella. De ahí la proliferación de castillos, fortalezas, nobles casas de piedra de gran solidez y lienzos de murallas.

El navarro Sancho Garcés III donó San Vicente y sus propiedades al monasterio de Leyre en 1014, perteneciendo a éste hasta el siglo XIV. Además construyó un puente fortificado sobre el río que fue de gran importancia hasta su destrucción por una riada en 1775. Sucesivos reyes navarros le concedieron fuero, levantaron el castillo y la amurallaron.

En 1367 se vio envuelta en la guerra civil castellana y resultó incendiada. Debido a la resistencia de los habitantes frente a las tropas de Enrique de Trastámara, Carlos II de Navarra concedió hidalguía a sus habitantes y a sus descendientes.

Hasta 1512, con la conquista de Navarra por parte de Fernando el Católico, no llegó la paz a estas tierras. Durante siglos la vida aquí no debió ser fácil.

 La ermita de Santa María de la Piscina con la Sonsierra al fondo
La otra visita imprescindible es la ermita de Santa María de la Piscina, situada a unos cuatro kilómetros del centro urbano. Es uno de los mejores edificios románicos de La Rioja. Fue mandada construir por el infante Ramiro Sánchez de Navarra, que participó en la Primera Cruzada en Tierra Santa. A su regreso trajo consigo una astilla perteneciente a la cruz donde fue colgado Cristo, además de una imagen de la virgen supuestamente tallada por el apóstol San Lucas. El infante organizó una especie de orden de caballería denominada La Divisa y se enclaustró en el Monasterio de San Pedro Cardeña. En su testamento ordenó que se construyese la ermita. Se terminó en 1136.

El gran escudo que presenta sobre la entrada es el de la orden La Divisa. En la restauración de 1975 se descubrió un yacimiento arqueológico en el costado oriental de la colina, y un pequeño poblado situado al sur del edificio, de época altomedieval. Apareció también una necrópolis con 53 tumbas y varios restos óseos, todas del siglo X.

El dolmen de La Cascaja y Peciña detrás
Para ver el dolmen de La Cascaja hay que retroceder a la carretera que asciende a Peciña. El acceso aparece a mano izquierda. Se trata de un dolmen de corredor levantado en el Neolítico, quizá anterior al 3000 a.C. En su interior se han encontrado restos de 31 personas. Fue descubierto en 1953 por Domingo Fernández Medrano quien obtuvo autorización para excavarlo. Lo salvó de su destrucción pues el terreno iba a ser cultivado. Sin embargo, la Diputación no estimó conveniente adquirirlo y fue el propio descubridor quien lo compró por 600 pesetas en 1956.

Seiscientos metros adelante, por un camino entre viñedos, se llega a los lagares y prensa rupestre de Zabala. Es un paseo agradable e instructivo a través de un paisaje de viñedos y campos de labranza, con suaves colinas y hondonadas a los pies de la Sonsierra.

En la zona hay al menos cuatro senderos balizados: PR-LR 50, 51, 52 y 53.

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