El castillo de Peñafiel en perfecto estado de revista
Para cuando llego a Peñafiel ya es la hora del aperitivo dominical. La calle principal está muy concurrida. Por ella alcanzo la famosa Plaza del Coso, de origen medieval y una de las primeras plazas grandes construidas en España. Sorprende un espacio tan amplio -3500 metros cuadrados- y tan unitario en su diseño. La plaza es redonda, está compuesta por 48 edificios y se accede a ella por dos calles. Dispone de balcones de madera decorados con motivos arabescos. Parece que en sus orígenes se utilizaba para realizar justas y torneos. Posteriormente se dedicó a corridas y encierros taurinos.
En un corto paseo me planto frente al convento de San Pablo, de estilo gótico-mudéjar, que es otra de las joyas arquitectónicas de Peñafiel. También llego fuera de horario así que me conformo con contemplar su bello ábside mudéjar. Se levanta sobre los restos del alcázar del rey Alfonso X el Sabio. Fue levantado por el infante Don Juan Manuel, sobrino de Alfonso y autor del clásico El conde de Lucanor, conjunto de cuentos moralizantes.
Este príncipe renacentista, hombre de mucho carácter y no poca belicosidad, está enterrado en este convento, en una tumba plateresca considerada como una de las más importantes de la época. En la misma iglesia descansan los restos de la beata Juana Aza, madre de Santo Domingo de Guzmán.
Deambulo por las calles céntricas, que siguen concurridas, para hacer tiempo hasta las 4, hora en que abren el castillo de Peñafiel. Me cuesta encontrar un lugar tranquilo para tomarme un café. Al final lo encuentro. Me entretengo con la lectura de El norte de Castilla.
A la hora prevista me acerco hasta el castillo, muy bien conservado, que alberga también un Museo del Vino. Hay que esperar media hora porque la visita es guiada. Se forma un grupo de unas treinta o cuarenta personas. Intento escabullirme, pero no es posible. El castillo, visible desde kilómetros a la redonda se levanta sobre una loma larga y estrecha que le da forma de navío. Las primeras noticias de la edificación datan del siglo X, pero, a lo largo de la historia, entre las guerras con los musulmanes y las contiendas civiles, el edificio fue destruido y levantado en varias ocasiones. El actual data de mediados del siglo XV y fue construido por Pedro Téllez Girón, que era maestre de la Orden de Calatrava. Este edificio nunca sufrió batalla, sino que siempre tuvo un uso residencial. El guía dice que es un castillo de postureo.
La visita es un paseo por el interior. Una mujer a mi lado se queja del precio de la entrada y de tener que subir tantos escalones de piedra. Desde luego, es una lástima que estos castillos no dispongan de ascensor. Se ven dos patios, una sala noble y la azotea de la torre del homenaje que tiene unas vistas espectaculares. La muralla que lo rodea es doble y en ella están plantados un total de 28 cubos almenados que le confieren una gran amenidad. La torre del homenaje, en el centro, es alta de 34 metros.
El Museo del Vino me lo salto. Ya he comprado unas botellas que a la postre es lo que más me interesa de los caldos.
Esta comarca vinícola de la ribera del Duero, salpicada de viñas y de campos de cultivo, con pequeñas elevaciones, muy abierta y oxigenada, me ha parecido de gran amenidad. Está conformada por terrenos de aluvión, pobres en hierro y ricos en arcilla y caliza. Las nieblas del Duero le proporcionan la humedad requerida para el cultivo de las viñas. Me prometo volver para seguir visitando pueblos y para pasear por esta naturaleza tan agradecida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario