De la saga poética de los Panero, Juan Luis es con diferencia mi preferido, tanto por su obra como por su biografía; ambas muy relacionadas, pues se trata de un poeta autobiográfico. La lectura de los artículos recogidos en Los mitos y las máscaras (Tusquets, 1994) confirma mi afecto literario y personal por este hombre nacido en Madrid en 1942 y fallecido en Torroella de Montgrí en 2013, a los 71 años.
Se incluyen aquí unos sesenta artículos -”los más próximos a mi poesía y a mi mundo personal”- de los casi doscientos que escribió. Distribuidos en diez capítulos versan sobre literatura -la mayoría-, cine, pintura, toros, personajes de la Historia y lugares visitados o vividos, es decir, en sus palabras, “mis mitos y máscaras propias y también ajenas.”
Si hiciéramos un listado de los quince o veinte protagonistas de estos artículos tendríamos el devocionario literario de Juan Luis Panero: Borges, Cernuda, T.S. Eliot, O. Paz, K. Cavafis, Juan Rulfo, J. Pla, F. Pessoa, A. Mutis, son los principales. De todos ellos --a algunos los trató personalmente-- nos cuenta cómo los conoció. Al margen del trato personal a lo largo de los años, Panero comenta los libros de memorias, antologías y biografías que ha leído sobre ellos, dibujando de esta forma atractivos y apasionados perfiles literarios.
Del escritor Juan Luis Panero me gusta, sobre todo, su estilo. Incluso en sus poemas, huye de toda retórica y consigue expresarse con claridad, brevedad y elegancia. De la persona me atrae su independencia, su sentido del humor, su lealtad a los amigos, a sus mitos y a sus máscaras. En este escritor hay, al menos en apariencia, tres pasiones: la poesía, las mujeres y el alcohol; el orden es aleatorio.
En el capítulo dedicado a la Historia encontramos a la duquesa Tatiana Románova, segunda hija del zar Nicolás II, asesinada por los bolcheviques en 1918, a los 21 años, personaje del que también se ocupó Juan Gil Albert. Está también la emperatriz Elisabeth, Sisí, que también fascinó a Cioran.
Los suicidas reciben su atención: Malcom Lowry, autor de la mítica novela Bajo el volcán, suicidado en alcohol; Pierre Drieu La Rochelle, a quien también dedicó un memorable poema; Cesare Pavesse, “símbolo de mi juventud, junto a Camus y Hemingway.”
“Desde los 10 años -escribe- mi vida se llenaría de cine.” Su trayectoria política queda resumida en esta frase: “Mi aversión al franquismo me llevó al comunismo -los extremos se tocan- y pude ver varias veces el siniestro acorazado de Einsenstein. Ahora me asombra aquel jovencito masoquista.” Con los años su perspectiva ha mejorado: “Me he convertido en un espectador hedonista y sin complejos.”
No podía faltar su evaluación de la película El desencanto y su secuela: “Un ritual de máscaras. Películas testimoniales que testimonian poco, bastante menos que algunos poemas.”
Son estas las páginos de prosa “a las que yo tenía más cariño.” Un cariño, sin duda, contagioso.
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