miércoles, 20 de noviembre de 2019

Santa María de Bujedo de Juarros, el espíritu del Císter recuperado




Hay algo en este pequeño monasterio cisterciense -hoy propiedad privada- que atrapa y encandila. Creo que es la pureza de sus líneas y su fidelidad al espíritu de la orden, fruto de la excelente y muy medida reforma de que fue objeto por obra de su propietario, el polémico ex-juez y financiero Rafael Pérez Escolar.

Está situado en el valle del río Seco, en las estribaciones de la Sierra de la Demanda, a seis kilómetros de Cuevas de Juarros y a unos 25 al este de Burgos. La visita puede realizarse los domingos y festivos de 11 a 14 h. Es la encargada de la finca la que se ocupa de facilitar el paso a las dependencias.





Es una mañana fresca pero soleada del pasado octubre. Una vez en el interior de la iglesia, la primera vista sobrecoge. Se trata de una profunda nave sumida en la oscuridad, apenas iluminada al fondo por la luz que penetra por los estrechos ventanales en el crucero. La desnudez de los muros sobrecoge, las columnas van adosadas a éstos.

Se aprecia el rigor y la austeridad que presidió la fundación y la vida de la orden del Císter, que nació como una reacción a la corrupción y decadencia del cluniacense. Al fondo, la cabecera con las tres capillas, la más grande semicurcular, rectangulares las otras dos. La luz fría de la mañana irrumpe desde los ventanales como faroles que alumbran la noche. Es fácil imaginar a una comunidad de monjes cumpliendo con la liturgia cotidiana durante las más variadas horas del día y de la noche, con esta intimidad penumbrosa que te aísla del exterior pero que también deja pasar indicios del esplendor de la luz.

Las ventanas son románicas y la crucería de las bóvedas 
gótica, en consonancia por la evolución de un estilo a otro que caracterizó a la arquitectura de la orden de San Bernardo.


Por una puerta lateral se accede al claustro y a la sala capitular, con sus columnas decoradas (para no distraer la atención) con motivos vegetales y geométricos. Se abre a un claustro del que sólo podemos ver dos de sus lados. En la mitad, una fuente monumental rodeada de impecables parterres delimitados por setos. La biblioteca y la zona residencia quedan fuera de la visita.
El monasterio fue fundado hacia la mitad del siglo XII. Se enmarca en la política de fundaciones llevada a cabo por el rey Alfonso VIII. Como en la mayoría de los casos, los pioneros fueron monjes franceses. Su historia como cenobio llega hasta el fatídico año 1835, con la desamortización de Mendizabal. Luego, la ruina. Sirvió de alojamiento a familias de jornaleros. La iglesia, como en tantos otros casos, se utilizó como corral y establo. Aunque tenía algunas tierras y propiedades, nunca fue un monasterio demasiado importante. La reconstrucción de que fue objeto ha sido una obra de arte en sí misma, porque ha conseguido lo más difícil: mantener intacto el espíritu original, un espíritu de sencillez, rigor y sobriedad.

Aprovechamos el buen tiempo para seguir carretera adelante, a través de un paisaje suave y ondulado, donde pastan vacas y novillas, y se alzan álamos que amarillean bajo un resol tamizado por nubes altas.


Llegamos hasta Palazuelos de la Sierra, localidad asentada sobre una ladera abierta y soleada, con casas de piedra y chimeneas serranas. Tomamos un café y llegamos hasta la iglesia gótica, pero de origen románico, de San Bartolomé, en lo alto, construida con la piedra rojiza propia del lugar. Como se está celebrando la misa dominical nos quedamos fuera. Paseamos un rato por las limpias calles antes de regresar y atravesar el magnífico puente que salva el Arlanzón y que da acceso al bonito y ancho valle de Juarros.