domingo, 29 de marzo de 2020

Jelkides cabreados


Los jelkides se durmieron ayer cabreados y, encima, les han quitado --como a todos-- una hora de sueño. Los sanchistas les han metido un gol por toda la escuadra y con la mano. Y en política no hay VAR. Anteayer les aseguraban “en Madrid” que no iban a hacer lo que hicieron ayer: cerrar todas las empresas que no presten servicios indispensables. Los jelkides están cabreados --yo les entiendo perfectamente-- y acusan a Sánchez de “deslealtad”.

Los jelkides de deslealtad saben un rato. Que se lo pregunten a Rajoy. Un día pactaron con Mariano los Presupuestos y al día siguiente lo apuñalaban en el Congreso. La cosa se llama karma, pero estos son católicos modernitos y no creen en el karma. Tiempo al tiempo.

Hablando de jelkides, ayer pasé por la ETB en el momento en que daban la noticia de que en Israel están implantando una aplicación para móvil que te avisa cuando te aproximas a un infectado o a un foco de infección. Comentaba --en uno de esos alardes democráticos que tanto les gustan--, lo peligrosa que era la aplicación de marras (si será peligrosa que la usaban en la lucha antiterrorista, dijeron) para los derechos civiles. Sólo les faltó decir: ¿qué otra cosa puede esperarse de Israel y de los judíos?

Pero lo curioso es que la siguiente noticia de la susodicha ETB anunciaba que “en Euskalherria” el Gobierno vasco acaba de poner en marcha otra aplicación similar, cuyas características el presentador explicó sucintamente, con la ayuda de la balbuceante consejera de Sanidad. Repitieron que la aplicación “nuestra” no ponía en peligro nuestros derechos civiles, pero yo no fui capaz de apreciar las diferencias entre esta y la anterior. Me lo tendrán que explicar más despacio.


RICHAR FORD. No he sido capaz de terminar ninguna de sus novelas, pero este norteamericano me resulta simpático y me gusta también su estilo natural y nada pretencioso. Ayer Richard Ford publicó un bonito artículo en Babelia, Las vistas desde mi ventana, en el que nos cuenta cómo lleva la reclusión desde su casa junto al mar en el Maine, allá por los confines con Canadá.


Un roble hendayés, con sus nueva hojas

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