El erizo deambula a plena luz por el camino del bosquecillo, junto a la estación de arriba, mientras doy mi paseo vespertino. Cuando estoy de regreso, vuelvo a verlo, esta vez en una calle. Está muy ocupado en encontrar alguna proteína junto a unas plumas de ave que algún gato ha cazado y, a buen seguro, devorado a conciencia. Poca cosa le queda al erizo, que emite pequeños gruñidos de descontento.
Todo esto, y el olor de la tierra mojada, ha sido algunos regalos del día, sin olvidar un par de emotivas oberturas de Wagner que he escuchado sobre la bici estática.
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