lunes, 2 de noviembre de 2020

Mañana de campanas y coches vintage





   Día 3. Hoy domingo, festividad de Todos los Santos, me he saltado dos confinamientos --el de Hendaya y el de Irún-- y he caído en un tercero, bastante más duro que los anteriores, al cuidado de mi anciana madre, donde he pasado toda la jornada.
   A las 8.30 de la mañana he salido de mi casa. Las calles estaban vacías, a ambos lados de la frontera, salvo algunos paseantes y unos pocos corredores.
   El puente internacional estaba exento de controles policiales.
   Afortunadamente, hacia las 11.30, he podido salir durante una hora, a dar una vuelta. Me he dedicado a deambular sin rumbo, disfrutando del sol, del aire cálido y por momentos buscando las sombras como si se tratara del mismo verano.
   Por evitar a la gente, que se ha lanzado a la calle abducida por el buen tiempo y la festividad, me he metido en Beraun por el callejón de Olaketa, donde han tirado una casa, lo que ha dejado al desnudo dos impresionantes árboles que antes estaban medio tapados.
   En la casa Beraun me he quedado extasiado frente a un vetusto y erguido ejemplar de plátano, con las hojas amarillentas y le he dedicado un instante a contemplar la encantadora casa con su torre, aunque la foto ha quedado fatal porque estaba en contraluz.
   Un poco más allá he admirado la fachada principal del edificio de viviendas del arquitecto Luis Vallet, que es una delicia. La cara posterior la puedo ver desde la casa de mi progenitora.
   En el parque de Emilio Navas, bajo el precioso árbol que lo preside, había una joven confeccionándose un porro matinal, que son los más ricos.
   Luego me he dejado deslizar, como el agua, hacia la zona baja de la ciudad.
   En el frontón junto al canal de Dumboa, cuatro jóvenes manejaban sus raquetas con una energía envidiable. Enseguida, hacia las 12, ha empezado el campaneo en la iglesia del Juncal. Luego ha continuado, en diferentes momentos, durante el resto de la mañana. A mí me encantan las campanas y, en consecuencia, las he disfrutado.
   Canal arriba he pasado junto a las huertas que hay en las traseras de las calles Uranzu y Santa Elena. No bajaba demasiada agua, pero suficiente para solazar a los patos que viven en el lugar y deben andar estos días en pleno furor reproductivo. Alguna gallina cacareaban entre la espesura. Ni qué decir que estos detalles rurales me han encantado.
   Pero antes he pasado por una carnicería halal, en cuya fachada, muy bien pintada, se anuncia el negocio en tres o cuatro idiomas: castellano, vasco, árabe y creo que francés.
   Frente a la ermita/fuente de Santa Elena, parado en el semáforo, he asistido a una pequeña manifestación de coches vintage. Caramba, qué sorpresa. Parece que la gente ya empieza a salir del sopor. Se trataba de media docena de vehículos, tal vez más, que portaban carteles pidiendo al Ayuntamiento la exención del pago de la viñeta para sus muy mimados y bien conservados vehículos. Desde aquí les envío todo mi apoyo. La gente que ocupa su tiempo en este tipo de actividades artesanales se merece que no la machaquen con impuestos.
   He llegado hasta la ermita de Santa Elena, por si estaba abierto el pequeño museo, pero estaba cerrado.
   Y casi por el mismo itinerario, con las campanas volteando a ratos, he vuelto a mi confinamiento.









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