Viento del sur

Día 8. Nada más salir de casa, al mediodía, he visto una lombriz de tierra de medio metro. Al principio he pensado que estaba muerta, pero luego la he visto deslizarse. Nunca antes había visto algo semejante.
   El viento del sur, tan habitual en nuestro otoño, no se está prodigando demasiado este año. Hoy ha soplado con alguna intensidad. Empujado por él he llegado en un voleo hasta la playa.
   Pese a la bajamar, apenas había media docena de paseantes. Me he animado a bajar y han sido unos momentos muy agradables. La arena estaba lisa y apelmazada, lo que facilitaba mucho el andar. Además, la orilla estaba sembrada de algas que desprendían un fuerte olor a mar.
   Un gran tractor, dotado de una red, andaba medio metido en el agua y extrayéndolas.
   La bajamar ha dibujado en la orilla esas figuras caprichosas donde se estancan pequeñas cantidades de agua, que tanto le gustaban al pintor Gonzalo Chillida, como puede comprobarse en muchas de sus obras.
   La mar estaba tan calmada que daban ganas de bañarse. No sé qué habrá dicho Macron respecto a bañarse en el mar. Deduzco que si vives a menos de un kilómetro podrás hacerlo, pero como yo vivo a dos o tres creo que debo abstenerme. Es una lástima, sobre todo en días como hoy. No es habitual semejante quietud marina, y ni un surfero a la vista.
   Supongo que ya andarán las grullas viajando sobre nuestras cabezas rumbo a Extremadura, a Andalucía, a Marruecos, pero nosotros, ay, no estamos para estas contemplaciones. Otra vez será, tal vez.
   Pues sí, el viento del sur. Ahora en la cara y cuesta arriba.

Al llegar a casa me entero de que Macron ha autorizado a los cazadores a que salgan a cazar. ¡Qué poder tienen algunos! ¿Será por las escopetas? Aquí andamos los simples mortales sin poder alejarnos un kilómetro de nuestras residencias y otros triscando por el monte y pegando tiros.
   En algún lugar he visto una de esas recogidas de firmas para pedirle al presidente que, al igual que a los cazadores nos permita a los aficionados salir a pasear por la naturaleza.

   Yo no he firmado porque no creo en las firmas, ni en las peticiones. Me parecen humillantes.

   No tengo noticias de que su excelencia lo haya autorizado.