El acceso a Villaescusa de las Torres se ha complicado debido a que uno de los accesos por carretera ha sido cortado, y no ha sido reparado en los últimos años. Me dejo llevar por el gps (que desconoce esta circunstancia) y, tras dejar a un lado una cantera en plena actividad polvorienta, un camino de tierra me lleva hasta un puente o pasarela de madera. Dejo el vehículo a un lado del camino y me dispongo a seguir a pie. Pero antes me quedo un rato a la orilla del Pisuerga escuchando un concierto de batracios. Cuando regreso unas horas más tarde, ahí seguirán croando, sin tregua, sumergidos junto a los juncales.
Estoy a unos pasos de la iglesia de San Juan Bautista, que es gótica del siglo XVI, con planta de una sola nave y una bonita espadaña con hueco para tres campanas. El edificio tiene mucho encanto, con un jardincillo delantero donde viven unos lirios amparados por un muro. Un cartel informa que el pórtico de acceso es del siglo XVIII y que el interior (cerrado al cal y canto) alberga varios retablos. No parece que la iglesita tenga demasiada actividad, si es que tiene alguna.
Desde el propio jardín observo los perfiles del monumento natural de Las Tuerces hacia donde me dirijo. Se trata de una zona caliza (porosa) que forma un sinclinal colgado del tipo Lora, con alternancia de capas duras y blandas. Al erosionarse las capas blandas de roca han dado lugar a formas caprichosas: grandes setas de piedra, puentes y arcos naturales, callejones cerrados, cuevas de varios tamaños.
Pero antes de seguir el camino tengo que esquivar a un mastín que veo suelto en unas huertas próximas y que no para de ladrar. Me gustan los mastines pero, si me lo puedo permitir, prefiero mantener las distancias.
En efecto, doy un pequeño rodeo y enseguida encuentro el camino de ascenso. Unas escaleras angostas marcan la subida a Las Tuerces. Me lo tomo con calma y, en cuanto cojo un poco de altura, disfruto de las vistas sobre Villaescusa, sobre el río Pisuerga y sobre el valle. Son tan hermosas que me detengo muchas veces para fotografiarlas. Los casi 200 metros de desnivel –a diferencia de varios jóvenes que pasan corriendo—, me llevan algún tiempo.
Tanto a lo largo del recorrido como en la cumbre hay una gran variedad de caprichos geológicos que dan fama y atractivo a esta montaña. El camino está sembrado de argomas y de espinos blancos en flor, además de un sinfín de florecillas silvestres y montaraces. Al fondo se divisa el caserío de Aguilar de Campóo, presidido por las instalaciones de su afamada fábrica de galletas.
Todo ello forma un conjunto laberíntico conectado por multitud de senditas por donde el visitante puede deambular a su criterio. También puede asomarse (si el vértigo no se lo impide) a los cortados que se abren al valle por donde circula, mansa y sinuosamente, el Pisuerga. Preside la cima una seta gigante de piedra rematada por una cruz forjada.
La trepada me ha dado hambre así que me siento en una de las abundantes rocas y doy cuenta de mi almuerzo regado por unos traguitos de ribera. Sobre mi cabeza planea algún buitre y, como es sábado, algunos excursionistas merodean por los caminos. Le dejo unas migas a un petirrojo tímido que se ha dejado oír escondido entre la vegetación. Luego continúo por un camino ancho que, dando un rodeo, me devuelve al pueblo. Un poco antes de llegar me refresco en una fuente que proporciona un agua muy fresca. Ha sido una jornada bastante calurosa.
Al llegar a la primera calle me sale al paso un joven gatito blanco que se pone a enroscarse en mis pies en cuanto le hago un poco de caso y que me ofrece su tripa para que le acaricie. Lo que no hace mi gata lo hace este desconocido tan sociable. Otro gatito de su tamaño y parecido pelaje –probablemente su hermano– nos observa imperturbable al cobijo de una casa. Unos metros más allá unos chiquillos juegan con los pies dentro del cauce de un arroyo mientras los progenitores se toman el aperitivo en una casa habilitada como taberna que hay a unos metros.
Antes de coger el coche me quedo otro rato escuchando a la orquesta bulliciosa de las ranas del río antes de abandonar la localidad.
Como aún es temprano vuelvo a poner el gps y me dirijo hacia la vecina Olleros del Pisuerga, donde hay una iglesia rupestre y un eremitorio que quiero visitar, aunque ya me he informado que cierra a las 2 de la tarde y ya no me da tiempo a ver el interior. Tras unas cuantas vueltas por los caminos y carreteras secundarias llego a Olleros a las 3. Aparco y me dirijo a pie hasta la iglesia, que está a unos 300 metros.
La torre campanario está exenta, a unos cincuenta metros de la iglesia. El templo está excavado en una gran roca. En un lateral aparecen varias cuevas y otros tantos sepulcros antropomorfos de diferentes tamaños, algunos muy pequeños. El conjunto tiene un aire ancestral y venerable. El cementerio está adosado en un lateral.
Como la zona me ha gustado mucho me propongo volver para explorar el cañón de la Horadada, que está aquí al lado.