Siempre tiene que haber un chivo expiatorio mediático para que la plebe tenga algo de qué hablar y se mantenga entretenida, que para eso están los medios, para entretener e intoxicar. Ahora parece que le ha tocado el turno al rey inglés Carlos III, que no puede pestañear sin que se mofen de él o le saquen un meme o alguna gracieta. Y cuanto más se ríen de él más respetan y elogian y añoran a su señora madre que en paz descanse. Hay qué ver qué pedazo de reina, en comparación con este mequetrefe que ni siquiera fue capaz de hacer feliz a aquella chica un poco tontuela y descerebrada que fue Diana Spencer, la llamada Princesa del Pueblo. Nunca le van a perdonar que hiciera infeliz a aquella chica tan mona y estilosa que terminó sus días en brazos de un reconocido traficante de armas con quien se había ennoviado. Y todo para irse con esa señora mayor, su actual esposa. Hace falta tener mal gusto. Nunca se lo van a perdonar.
Carlos III va a tener que luchar contra la cruda realidad virtual confeccionada durante los setenta años que ha estado en el trono su augusta madre y, peor aún, contra la famosa serie, cuyo nombre ya he olvidado, donde le ponen de vuelta y media, en claro contraste con su señor padre, que era un caballero, aunque algo golfo y militarote y su señora madre, que era una reina magnífica, gran amante de perros y caballos, aunque como madre parece que era manifiestamente mejorable. Lo tiene complicado el nuevo rey. Hoy día, sin la complicidad de los medios, de las redes y de la llamada opinión pública, lo tienes complicado. Le va a costar mucha pasta conseguir su beneplácito. Menos mal que tiene el riñón bien cubierto y que, por fin, ha llegado a la cúspide de donde no le van a echar por mucho que lo pongan a caldo. Y si finalmente lo echan, pues mejor para él, que vivirá más tranquilo y como el señor culto y elegante que es.