El plan consiste en que el condenado –que como dice Patxi López con desenvuelta expresión juvenil y enmendando a la judicatura, “lo de Griñán no es corrupción y decir que es malversación es estirar mucho el chicle”-- el condenado, digo, ingrese en la enfermería de la prisión que él mismo elija y, al día siguiente –con la contrastada y eficaz colaboración del ministro Marlaska– sea transferido a una prisión del País Vasco. Una vez en ella le será concedido el tercer grado de forma inmediata y de ahí a la libertad condicional será cuestión de semanas. Para Navidad el señor Griñán estará ya en su casa y cobrando su pensión.
Quizá el señor Sánchez deba agilizar alguna transferencia o hacer algún descuento en el cupo vasco –pues como es sabido este tipo de gestiones tienen un precio, preferiblemente en metálico–, pero qué es eso para un político de la ductilidad política de Sánchez. El éxito de la operación está garantizado y el coste político será inapreciable, como sabemos por cambalaches anteriores. Hay precedentes, y mucho más graves que esfumar algunos cientos de millones.
Por su parte, los abajofirmantes quedarán satisfechos en su siempre aguda y compasiva sensibilidad moral.