Escuché con emoción la primera de las interpretaciones, una melodía suave, delicada, fervorosa. Y ahí se acabó lo que pude escuchar de la música coral. A partir de ese momento el oficiante se adueñó del micrófono y, lamentablemente, sólo se le oía a él, cuya calidad como solista dista mucho de alcanzar un nivel acústico aceptable. De las tres o cuatro intervenciones del coro no pude escuchar nada, tan sólo un rumor lejano sobre el estruendo viril del oficiante.
Cuando terminó la misa el señor párroco anunció que se iba a entonar el habitual himno de despedida a la virgen de Juncal y se alejó del altar. Qué bien, me dije, por fin voy a poder escuchar al coro. Pero, mi gozo es un poco. El reverendo se armó de un micrófono inalámbrico, se puso de cara a la hornacina de la Virgen, que preside el retablo y el templo entero, y volvió a anular con su estrepitosa voz las armonías vocales del coro.
Es notable, por otra parte, el curioso concepto del bilingüismo que tienen algunos (no solo los curas). Dedicar el 25% al uso del castellano (si es que llegó, que lo dudo), como hizo nuestro párroco en el funeral de mi amigo, no es bilingüismo. Es monolingüismo con alguna concesión benevolente a la lengua mayoritaria entre el público y los fieles.
Y no voy a decir aquello de que, con estos modales que se gasta la clerecía las iglesias están como están. Ellos sabrán lo que hacen. Yo no soy un fidelista sino un gnóstico, un buscador, y hace ya mucho tiempo que he aprendido donde no buscar.