De nuevo en el campo burgalés: un corto paseo por la Bureba, entre Piérnigas y su ermita de San Martín. Espléndidas vistas sobre la comarca, la Mesa de Oña cierra el paisaje.
Un camino bien acondicionado que discurre entre campos de girasol y árboles frutales, con higueras, nogales y castaños diseminados. El aire es muy fino, el sol calienta sin perturbar. Se anuncia un otoño delicioso.
En San Martín comienza una corta vía verde que, en cinco kilómetros, conduce hasta el santuario de Santa Casilda.
La ermita, situada en una hondonada, es de finales del siglo XII, románico tardío. Tiene un origen incierto. Unos dicen que se trataría de la iglesia de un desaparecido monasterio; otros que pertenecería a un barrio también desaparecido.
En cualquier caso, es asombrosa: arquitectura pura. La ausencia de cualquier elemento decorativo le confiere un carácter único entre el abundante y notable románico de la Bureba.
Semejante encantadora austeridad podría tener su origen en la influencia del Císter o, quizá, en alguna orden militar, templarios tal vez.
La ermita tiene planta rectangular, una sola nave y espadaña de dos cuerpos. Apenas tiene vanos por lo que su interior se adivina oscuro. Sobre la portada hay un óculo con entramado en forma de cruz. La techumbre es de lajas de piedra.
De vuelta al pueblo (42 habitantes censados en 2022) se pasa junto a la iglesia de San Cosme y San Damián y, ya en el casco urbano, junto a la ermita de Nuestra Señora de la Vera Cruz, muy sobria también.
Piérnigas, hasta principios del XIX, fue villa de abadengo, perteneciente al monasterio de Oña.