Cristina Iglesias ha vaciado la antigua casa del farero, de forma cuadrada, y, en el sótano, ha construido su abismo marino (hondalea).
La obra se contempla desde una pasarela superior, también de forma cuadrada y escalonada. El espectador puede moverse alrededor de ella para cambiar el punto de vista.
El abismo, construido en bronce, es un conjunto de oquedades, grietas, hendiduras, relieves… que simulan o interpretan un abismo marino. Lo iluminan cuatro focos instalados en el techo. La incidencia de las luces produce delicadas, sutiles y sorprendentes variaciones cromáticas en el bronce.
El segundo elemento es, naturalmente, el agua. El agua llega por oleadas –produciendo el consiguiente sonido–, que llenan y vacían rítmicamente el abismo.
El conjunto, en algunos espectadores, produce un efecto casi hipnótico y en otros, como el mío, un leve vértigo debido a la altura entre la barandilla de la pasarela y el fondo marino.
Es como si uno pudiera asomarse, desde la altura del faro, a las entrañas submarinas de la propia isla de Santa Clara y observar lo que ocurre allá abajo.
Cae la tarde cuando abandonamos Hondalea. La calzada desciende directamente hasta el muelle. El Aitona Julián IV nos transporta hasta el puerto.