lunes, 1 de enero de 2024

Petardeo de fin de año


1. Antes de la cena de Nochevieja doy un paseo por el barrio del Antiguo de San Sebastián. Los bares están concurridos, con alegres grupos de bebedores en las puertas. Me llama la atención no ver a nadie vestido de casero. Tampoco veo grupos cantando el Dios te salve, ni nada que se le parezca. Poco, ningún, ambiente navideño al estilo del habitual en el Bajo Bidasoa. Lo que no faltan son las pintadas y los carteles político-nacionalistas. De esos hay para reventar.
Tras la cena, cuando nos dirigimos hacia el coche, dos tarados adolescentes meten un potente petardo-bomba en una papelera y la dejan echando humo. Casi me da un infarto por el ruido. Luego tiran otro en la oscuridad del parque y otro aún más allá. Por detrás de estos dos vienen otros cuatro mermados y hacen más o menos lo mismo. Creo que les voy a pedir a los Reyes Magos un bate de béisbol plegable.

2. Lo de las campanadas aún se puede aguantar, pero que todos y cada uno de los presidentes de las taifas echen sus discursitos de fin de año tiene bemoles. Y al día siguiente las memeces que han soltado ocupan todas las portadas. Nos quieren aniquilar por aburrimiento.

3. Me asomo un momento a la playa, al mediodía, y veo a un grupo de quince o veinte viejos que se desvisten en pleno paseo marítimo para darse un baño. Es una tradición del primer día del año, al menos cuando hace buen sol, como hoy. Pero no me entretengo mucho con el espectáculo.
Antes, mientras daba un paseo, he escuchado un rato el Concierto de Viena, más que nada por Christian Thielemann, a quien en un periódico denominan El Legionario, que lo dirigía hoy. Término harto de tanta polka, como me ha ocurrido otros años, y me paso a Rock FM.