Procuro comprar pocos libros. Me arreglo con los préstamos de la biblioteca pública y, si algo me interesa particularmente, lo adquiero. Por otra parte, los libros ocupan mucho espacio y el espacio es un bien escaso.
Con el tiempo he aprendido a desconfiar del mercado literario, donde el engaño funciona a la perfección. Tal vez sea duro utilizar la palabra “engaño”, pero yo no veo otra para designar esa mezcla adobada de marketing y crítica vendida al mejor postor que inunda los suplementos culturales de los periódicos.
Me gustan los libros para leerlos, aunque no le haría ascos a las bellas ediciones de bibliófilo. Pero no me lo planteo, de la misma forma que no me planteo comprar obras de arte. No estoy en ese nivel.
Aprecio los libros viejos y baratos. En consecuencia visito las escasas ferias de libros antiguos y de ocasión que tengo a mi alcance. Las dos últimas han sido las de Vigo y San Sebastián. En ellas he verificado que algunos libreros de lance se recorren la península, con sus casetas a cuestas, de feria en feria.
Las ferias de libros viejos me conectan con el pasado. En ellas veo las colecciones que se editaron en España en los años 50, 60 y 70. Todas ellas me son familiares. Constituían la base de la biblioteca que mi padre fue construyendo durante su vida.
En estas ferias no pierdo la ocasión de incrementar mi pequeña colección de dos autores que me encandilan: Azorín y José de Arteche. En la última de San Sebastián encontré una primera edición de Mi Guipúzcoa de Arteche, pero era cara y no la adquirí. Naturalmente, estoy arrepentido.
Recorrer las casetas de este tipo de ferias es un arte complicado. Suele haber demasiada gente y algunos codazos. He aprendido a moverme entre los huecos. La mayoría de la gente curiosea aquí y allá. Cuando aparece un coleccionista o un buen aficionado se le detecta a simple vista: concentración, ligera ansiedad, manos nerviosas.
Mirar muchos libros, como mirar muchos cuadros, produce una gran fatiga mental. Yo suelo terminar agotado. Ahora, como ya he visto unas cuantas, procuro tomármelo con calma.
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Bibliómanos