Qué libro extraño y atractivo. Lo
venden como una novela pero, hasta que uno ha leído dos tercios, diría que se
trata de unas memorias. Luego, a esa altura, se produce un giro de timón hacia
un enfoque más novelístico, pero tampoco demasiado.
Pero no esa la única rareza. Es también el primer libro ambientado en la vida escolar, de los que yo he leído, en el que el narrador está encantado de encontrarse ahí. Se trata de un colegio norteamericano de élite, en el que conviven, en régimen de internado y sin aparentes distinciones, estudiantes ricos y estudiantes becados. El narrador pertenece al segundo grupo. Se trata, además, de un colegio en el que la literatura se considera algo importante y en el que se estimula a los alumnos para que escriban. Todo esto resulta bien extraño para alguien de cultura hispana.
Pero no esa la única rareza. Es también el primer libro ambientado en la vida escolar, de los que yo he leído, en el que el narrador está encantado de encontrarse ahí. Se trata de un colegio norteamericano de élite, en el que conviven, en régimen de internado y sin aparentes distinciones, estudiantes ricos y estudiantes becados. El narrador pertenece al segundo grupo. Se trata, además, de un colegio en el que la literatura se considera algo importante y en el que se estimula a los alumnos para que escriban. Todo esto resulta bien extraño para alguien de cultura hispana.
El narrador, por su parte, está
dominado por la pasión literaria, quedando en segundo plano la pasión amorosa
(o sexual para ser preciso) de la que suele ocuparse este tipo de obras y que
suele ser la predominante en la adolescencia.
Este libro se ocupa también de un
debate literario. Este debate oscila entre la literatura del poeta Robert
Frost, la del mítico Hemingway y la de la anticomunista Any Rand, aquella que
dijo: El sueño de la igualdad universal
no lleva al paraíso sino a Auschwitz. Esta última, a diferencia de
Hemingway, no sale muy bien parada.
La escritura de T. Wolf, por su
parte, es una delicia por lo cuidada y precisa. Tiene este hombre un encanto
especial o, lo que es lo mismo, tiene un talento de lo más agradable. Lástima
que la versión en castellano sea apresurada y deje bastante que desear.
Al margen de ello y después de casi
dos lecturas, todavía no acierto bien a saber en qué o dónde radica el encanto
de este libro. Creo que se trata de fragilidad y está relacionada con esta frase
del narrador: Antes que nada la memoria
es un sueño, y lo que yo tenía era el sueño de un recuerdo.
El último párrafo me ha recordado la última novela de Raúl Guerra Garrido "Quien sueña novela". Es una sucesión de situaciones medio soñadas, medio vividas, como escritas en permanente estado de sueño-vigilia indefinido. Aparecen escenas y anécdotas de todas sus novelas anteriores, fundamentalmente de El otoño siempre hiere (para mí la mejor en este momento, aunque en otros momentos me quedaría con La mar es mala mujer, siempre, o según, Cacereño no lo cambiaba por ninguna, y todas las demás). No sé si hará falta haber leído todas esas novelas para gozar "Quien sueña novela". Me lo tendría que decir otra persona.
ResponderEliminarHay un detalle nuevo en esta novela de RGG, cita La balsa de piedra, de Saramago. Cosa muy sorprendente para mí porque nunca cita a nadie y menos sus obras, que yo recuerde. Y la verdad es que no he tenido ocasión de preguntarselo personalmente, y eso que hablo con él relativamente a menudo.
¿Has leído este libro de Saramago, Juan Luis?
Abrazos.
Distinguir lo recordado e lo recreado (lo ensoñador) yo ya no lo tengo tan claro. Han pasado tantos años que creo que muchos de esos recuerdos son ficción. Un cuento que me voy contando a mí mismo y que va cambiando de registro según mis necesidades. Un abrazo. Pachi.
ResponderEliminarHola Pedro,
ResponderEliminarEl único libro de Saramago que he leído es El año de la muerte de Ricardo Reis y me gustó mucho. Luego he empezado algún otro pero no conseguí terminarlo. En realidad apenas leo novelas. Sí me gustaría asomarme a RGG pero no sé cuando lo haré.
Saludos cordiales.
Hola Pachi,
ResponderEliminarCreo que tienes razón en lo que dices. El paso del tiempo lo borra todo y cada uno se queda con una pequeña parte de lo acaecido. Decía Valle-Inclán que las cosas son como se recuerdan. Al menos para los artistas es una gran verdad.
Un abrazo
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