El mar es la religión de la Naturaleza. Fernando Pessoa
El primer día de la vuelta a Lisboa, después de treinta años, ha sido calamitoso. La Baixa y el Chiado están invadidos por una multitud de turistas que se desplazan en todas direcciones impidiendo dar un paso con tranquilidad. No me lo puedo creer.
Al llegar a la plaza del Comercio me alcanzan ráfagas de aire salado y empiezo a sentir algún alivio del agobio que me ha invadido. En el borde del mar, sobre una playita minúscula y sucia, sobrevuelan las gaviotas agitadas por la inminencia de la lluvia. Un gran cielo gris y luminoso alberga bajo su manto a la ciudad y al propio mar que desencadena pequeñas olas al chocar contra el hormigón de la plaza.
Hacia poniente, el gigantesco y liviano puente del 25 de Abril parece un juguete de mecano que flota en el aire. Al cabo de unos minutos me siento mejor. El mar, una vez más, obra su efecto relajante sobre mi sistema nervioso. Aún así debo complementarlo con una cerveza en la terraza del Martinho de Arcada, bajo la advocación de la imagen de Fernando Pessoa delinquiendo con el aguardiante.
Adopto la decisión de evitar la Lisboa turística, es decir, la mitad de la ciudad. Por supuesto, no lo conseguiré. La invasión deja pocos resquicios.