Leer los eslóganes de los candidatos a las presidenciales francesas no es un ejercicio demasiado alentador
Uno como yo, que vive
en Francia desde hace 16 o 17 años -aunque con un pie dentro y el otro fuera-,
contempla la política francesa como un espectador más o menos interesado según
pinten las cosas. Uno no pretende inmiscuirse donde no le llaman y menos en un
lugar en que carece de derechos políticos, salvo el de votar en las elecciones
municipales, y que, además, hasta la fecha, nunca ha ejercido ese derecho. Pero
uno tiene ojos en la cara y acostumbra a prestar oídos a lo que tiene
alrededor, así que algo sobre política francesa sí que percibe.
Hace cinco años, por
estas fechas primaverales, uno escuchaba en su entorno frases en las que se
manifestaba el hartazgo de los franceses con la presidencia del derechista Sarkozy.
Al parecer le consideraban como un advenedizo, frívolo, derrochón y amante del
lujo. Esa impopularidad tan obvia a uno –acostumbrado a los políticos españoles
y a la clase política española- le llamaba la atención. A uno le parecía que
los franceses estaban exagerando ligeramente respecto a su percepción del derechista
Sarkozy.
Llegaron las
elecciones presidenciales y lo barrieron del mapa. En su lugar apareció el
izquierdista Hollande. Uno pensaba que Hollande disfrutaría de alguna
popularidad entre los galos, pero hete aquí que, por unas cosas u otras, por un
lío de amantes, por unas salidas furtivas y nocturnas del palacio presidencial
y otras maniobras de semejante calibre, este presidente empieza a perder
popularidad aún más rápido que su predecesor. A este veterano político lo han
barrido del mapa sin siquiera darle la ocasión de pasar por las urnas. Y uno considera,
como en el caso anterior, que los franceses están exagerando respecto a la percepción
del izquierdista Hollande.
Así las cosas, a menos
de una semana de las elecciones presidenciales, uno se ha resignado a no
entender gran cosa de la política gala, ni de las querencias políticas de los
franceses. Aunque tampoco es descartable, en forma alguna, que uno entienda demasiado, tanto de la política como de las querencias. Uno, por su parte, tiene claras sus preferencias políticas -que no vienen al caso-,
y hace votos para que la cordura se imponga y para que el electorado no se deje
engatusar por los cantos de sirena de los demagogos –que se escuchan por todas
las esquinas-, pero vistos los precedentes y el estado actual de la situación, no se hace demasiadas ilusiones. Y toca madera.
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