miércoles, 25 de julio de 2018

Por Olmillos de Sasamón y Villandiego, entre campos de cereales




La torre de la iglesia de Olmillos de Sasamón
Dejo el coche junto a la iglesia y no tardo en encontrar la ruta. El camino discurre paralelo al arroyo de la Vega, en cuyos márgenes crecen los chopos. Un pajarillo desciende de una rama y se posa a un metro. Nos saludamos antes de separarnos. Poco a poco se asciende hasta el denominado páramo Quebrantacarros. El camino (también aquí) se cierra en largos tramos debido a la proliferación de la maleza y las espigas. Estamos en tierras cerealistas. Hay que caminar con mucha precaución. Está bien que se habiliten sendas para pasear y que se hagan públicas, pero también hay que mantenerlas en las debidas condiciones y ahí se está fallando.

El valle presidido por el cerro de Castarreño
En lo alto del páramo reina la soledad. Se divisa un tractor en la lejanía. En los campos se ven muchos paquetes de paja amontonados, algunos medio podridos ya. Junto al camino, en los taludes, proliferan las flores silvestres. A medida que me acero a Yudego percibo que el camino vuelve a cerrarse por la maleza así que, finalmente, desisto de seguirlo y me desvío, por una senda más despejada, hacia un campo de fútbol desangelado en el que se han levantado muros de fardos de paja, supongo que para proteger a los espectadores y jugadores de las inclemencias.


En mitad de esta nada me emociona escuchar las doce campanadas del mediodía, primero de una iglesia y luego de otra. Se camina a gusto por estos llanos elevados y solitarios. Paisajes esteparios, con fincas, baldíos y páramos. Desde el borde del páramo, en la hondonada, se divisa la localidad de Villandiego. Desde aquí arriba se percibe su trazado medieval, de casas de piedra, en torno a su iglesia. A la entrada del pueblo me detengo a la sombra de unos árboles, en un parquecillo, para descansar y comer alguna fruta. “Quien es ese”, pregunta un niño. “Un peregrino” dice la abuela. Me quedo helado. ¿Peregrino yo? Un par de días más tarde leo una desconocida acepción de la palabra: peregrino, el que anda por los campos. Bueno, me cuadra más.


Ya hace bastante calor y no tengo ganas de visitar el pueblo. Luego veo en una foto que tiene una plaza Mayor muy interesante, y supongo que también la iglesia. Se escuchan voces de niños, lo que resulta muy agradable en estos pueblos cada vez más despoblados.

El cerro de Castarreño

 La granja de San Nico. Se vende.

Sigo la ruta señalizada y, al poco, vuelvo a encontrar el camino casi impracticable por la maleza. Me arrepiento de no haber cogido la carretera por la que apenas pasa el tráfico. Malamente, despotricando ahora que nadie me oye, sigo el camino. En cuanto puedo me salgo a la calzada. A mano izquierda aparece un muro y detrás de él unas casa abandonadas. Hay un cartel de se vende. Tengo que pasar por el medio. Junto a las casas se ve el ábside de una iglesia. Es la llamada Granja de San Nico. Ahora mi ruta discurre en paralelo a otro arroyo, el de Prado Mayor. La senda transita por un paraje muy ameno, con chopos y vegetación abundante junto a los campos. En algunos tramos sigo la linde. Pronto diviso a lo lejos la torre de la iglesia de Olmillos. Es muy bella, como todas estas torres medio fortificadas, pero, como suele ser habitual, a principio del siglo pasado les colocaron un remate en forma de cúpula que aniquila todo el encanto.

 Panorámica de Villandiego


El cementerio de Olmillos

 La silueta del castillo de Olmillos

A mano izquierda se abre el camino que conduce hasta el alto del cerro de Castarreño, que le presta el nombre a la ruta. El cerro, de 950 metros de altura, domina todo el valle. En él se han encontrado restos de asentamientos celtas de hacia el 850 antes de Cristo. El desnivel no es excesivo, pero ya tengo bastante por hoy y sigo de vuelta hacia el pueblo. Me busco una buena sombra junto a la iglesia, sentado en un banco del Círculo Católico, y doy cuenta de mi bocata. No me he acercado hasta el castillo, hoy reconvertido en hotel. De hecho ya lo conozco de otro visita anterior. Nunca ha sido un castillo militar, sino un palacio residencia. Fue incendiado durante la francesada.