Durante todo el trayecto no he abierto el paraguas. Como dijo Robert Walser, los paraguas alejan el mal tiempo. Hay muchos charcos y pocos paseantes, una combinación perfecta. En la explanada, junto a la bahía, sólo he visto a una aguerrida pareja que jugaba con sus dos retoños. Poco a poco se han abierto algunos claros en el cielo y hasta el sol se ha dejado ver tímidamente.
Como de costumbre, he bordeado el mar con la esperanza de ver embarcaciones en movimiento, pero el tráfico marítimo en la desembocadura del Bidasoa era inexistente. Tan sólo algunos surferos se movían entre las olas. La poderosa bajamar dejaba al descubierto bancales de arena que habitualmente permanecen ocultos. A falta de veleros me he conformado con observar las evoluciones de los surferos. Luego me he dado media vuelta rumbo a cada.
Al llegar Greta me ha contado que el hipermercado estaba abarrotado, desvelando así dónde se habían metido los millones de turistas habituales: un clásico de los días son playa.