San Millán –que fue patrón de España antes de ser desbancado por Santiago–, fue un pastor que se hizo ermitaño. Había nacido en la riojana Berceo y murió en el año 574, a los 101 años, después de muchas penitencias y milagros. Fue uno de esos santos que encandilaba a la gente –un poco a su pesar– más por su ejemplo de vida que por la predicación. Vivió en una de las cuevas del entorno del monasterio de Suso (hoy propiedad del Gobierno de La Rioja, curiosamente), en convivencia con hombres y mujeres que siguieron su ejemplo de vida eremítica. Para esa época ya era un cenobita más que un eremita. La diferencia está en que los cenobitas se reunían de vez en cuando para practicar alguna liturgia. De esta alta Edad Media quedan las oquedades roqueñas y algún arco visigótico.
Mucho tiempo después el monasterio de Suso fue tomando forma. En él se practicaba la regla mozárabe y había una doble comunidad, masculina y femenina. Cuando llegaron los rigurosos benedictinos, con posterioridad al siglo XI, cambió la liturgia y, naturalmente, sacaron a las mujeres del lugar. Durante siglos convivieron los dos monasterios, el de Suso (arriba) y el de Yuso (abajo). En Suso vivió el monje anónimo que dejó escritas las Glosas Emilianenses, que son los primeros documentos escritos tanto del castellano como del euskera. También vivió aquí el clérigo poeta Gonzalo de Berceo que, entre otras obras, escribió una vida de San Millán, aunque más bien la versionó al castellano, pues el original, redactado por San Braulio de Zaragoza, estaba en latín.