sábado, 19 de marzo de 2011
Chillida-Leku: fue bello mientras duró
Y ha durado diez años. Casi un milagro. A lo largo de este tiempo yo sólo lo he visitado en una ocasión. Me gustó mucho y me prometí volver en otoño, pero el caso es que no lo hice. ¿Las razones? Puede que coincidan con las que cita el escritor Bernardo Atxaga en este excelente artículo, el primero, si no recuerdo mal, que leí sobre el tema.
Un poco antes de enterarme de la noticia del fracaso de las negociaciones entre la familia y las instituciones vascas para evitar el cierre definitivo, estuve pensando en la obra de Tàpies, que tanto me había interesado algún tiempo atrás y que tenía un tanto relegada. La obra de Tàpies y la de Chillida tienen varias cosas en común. La primera de ellas es la religiosidad. Tàpies es un pintor Zen, Chillida es un místico cristiano, dicho sea a grandes rasgos y para entendernos. Para mí este es el principal atractivo de ambos.
El segundo rasgo común es tan complicado como contradictorio: ambos han obtenido un gran éxito comercial, su cotización en el mercado del arte es altísima. La mayor parte de las críticas demoledoras, que han recibido ambos artistas están relacionadas con el dinero que han generado. A la gente de a pie, al común, a las masas, no les cabe en la cabeza que se pueda ganar tanto dinero con una obra que, según ellos, “la hace mi hijo pequeño con los ojos cerrados”. Y aquí no debemos olvidar que las llamadas instituciones se sustentan en los votos de esta gente que, en realidad, somos todos.
La relación entre espiritualidad y dinero es más que complicada, es imposible. Como señala el Evangelio, un camello no puede pasar por el hueco de una aguja.
Chillida-Leku es demasiado grande, en todos los sentidos, para los tiempos que corren. Y, lo que es peor aún, es demasiado cara para la demanda existente. Quizá sea mejor así, ¿quién sabe? Quizá es mejor que los admiradores de Eduardo Chillida nos conformemos con ver una de sus piezas ocasionalmente, alguna exposición temática si tenemos suerte o nos limitemos a contemplar alguno de sus libros.
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¿Cabe tanto museo de autor?
El escultor en su jardín