Cuando
estoy muy triste, leo a Caeiro y es una brisa. Enseguida me sereno, alegre y
con fe –sí, con fe en Dios, en el alma, en la pequeñez trascendente de la
vida- después de leer los poemas de este ateo de Dios y del hombre sin más allá
en la propia tierra.
Alvaro de
Campos, Notas para recordar a mi maestro Caeiro
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