Interesante, ameno y didáctico el ensayo que Luis Antonio de
Villena le dedica al escritor y premio
nobel francés André Gide (1869-1951), cuyos libros, desde el año siguiente a su
muerte, fueron incluidos en el Indice de Libros Prohibidos de la iglesia
católica.
No se trata de una biografía, ni de un estudio crítico,
aunque la obra reúne aspectos biográficos y críticos. No hay aquí grandes
novedades sobre la figura de Gide, pero este tipo de trabajos, que reúnen en un
volumen lo más destacado de un autor, cumplen un objetivo divulgativo y ayudan
a actualizar a un escritor. Según su autor, se trata de “un homenaje”.
La obra comienza con una serie de testimonios de escritores
que conocieron personalmente a Gide, colaboraron con él o fueron sus amigos. El
primero es Oscar Wilde, que fue su maestro, su amigo y su iniciador en el arte
de amar a los efebos o pederastia, palabra sobradamente desvirtuada por el
puritanismo contemporáneo. Le sigue Marcel Proust, con quien Gide cometió el
error de rechazar la publicación de su A
la sombra de las muchachas en flor; Klaus Mann, que lo visitó cuando hacía
las maletas para viajar al Congo y lo describe físicamente; Lucien Combelle,
que fue su secretario; Maurice Sachs y, finalmente, Pierre Herbert, que se casó
con Elisabeth, la joven con quien Gide tuvo a su hija Catherine. De todos ellos
da cumplida noticia el autor.
La segunda parte está dedicada al estudio crítico de la obra
gideana, en especial de sus obras más importantes: Los alimentos terrestres (1897), una apología del desnudamiento y
de la liberación (incluida la sexual); El
inmoralista, más narración que novela; La
puerta estrecha, en la que se recrea el amor de Gide por su prima y esposa;
el célebre Corydon, de 1924, ensayo
sobre la homosexualidad; Si la semilla no
muere, 1926, biografía de su niñez y juventud; Los falsos monederos, también de 1926, quizá la única novela; Viaje al Congo, donde se recogen las
tropelías del colonialismo francés y, junto a otras de menor importancia, el Retorno de la URSS, obra que supone la
ruptura de Gide con el comunismo o, más bien, la ruptura del comunismo con él.
En sus comienzos literarios Gide fue un artista simbolista.
Luego fue evolucionando hacia la figura del intelectual. Puede decirse incluso
que Gide fue el intelectual por antonomasia, pero en su trabajo literario nunca
abandonó su preocupación por la forma, por la sintaxis, por el estilo.
Dos son los temas que en su momento concentraron el interés
de Gide y que, a la vez, le granjearon una gran popularidad y también un sinfín
de enemigos, detractores y polémicas. El primero fue la homosexualidad y su
naturalidad en el ser humano. El segundo, la crítica del comunismo y, en
concreto del estalinismo. Estos dos asuntos hoy en día han sido, más o menos, asimilados
por la sociedad, en el terreno de la crítica y la libertad de expresión sobre
todo. Yo creo que hoy el interés de Gide -al menos ese es mi caso- está en su
faceta estética o artística, en su forma de escribir.
La última parte del ensayo, quizá la más novedosa, trata
sobre Gide y el mundo hispánico. Luis Cernuda, que dedicó un ensayo al francés,
y Juan Gil-Albert, vieron defraudadas sus expectativas cuando los comunistas
vetaron la presencia de Gide en el Congreso de Escritores que se celebró en
Valencia en plena guerra civil. También se ocuparon de Gide autores como Juan
Bernier, Salvador Novo y Xabier Villaurrutia. Sin embargo, como tantos otros,
no ha sido Gide un autor del que se hayan ocupado en exceso nuestros
intelectuales y artistas, lo cual realza el valor del presente libro.
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