viernes, 15 de noviembre de 2013

En Peñas de Aya con fondo de escopetas



El comienzo del camino está invadido por cazadores, con sus coches y sus escopetas. Se escuchan tiros por los alrededores. Mientras me pongo las botas miro al cielo y veo pasar un bando de palomas. De pronto suenan un montón de tiros y el bando vacila en su trayectoria sorprendido por la que le está cayendo encima; luego parece rehacerse y sigue su viaje.  Yo prefiero no seguir mirando.

Cojo mi mochila y me pongo a caminar sin hacer demasiado caso de los uniformes verdes, las escopetas y los perros. El primer kilómetro está lleno de puestos de caza instalados sobre altas plataformas levantadas con andamios. Esto, y el hecho de que disparen hacia arriba, me tranquiliza un poco. Poco a poco, siempre en ascenso, los voy dejando atrás.

Mientras yo subo por el camino el agua, como es natural, desciende. Ha llovido tanto durante los últimos días que el camino está lleno de hilos de agua que se desparraman, en algunos casos, formando pequeños arroyos. Una pequeña represa, con su murete de contención, alimenta un caño por el que sale un chorro como si se tratara de una fuente. La riqueza en agua de estos parajes es impresionante.

Castaños y robles, junto con el murmullo de los arroyos, me acompañan en la subida. En el suelo aflora el granito, en forma de piedras de todos los tamaños. Cuando paso junto a un caserío se desata un concierto de ladridos; debe haber tres o cuatro perros, cada uno atado a una cadena, los pobrecillos; unos ladran, otros aúllan

La vegetación se vuelve más variada. Aparecen los primeros alerces y, unos pocos metros antes de llegar a Erlaiz paso por un bosquete de hayas. Apenas he encontrado más que a un joven que ya estaba de regreso. En la zona de recreo de Erlaiz me detengo para recuperar fuerzas.

Se nota el frío al estar quieto. El cielo permanece cubierto de nubes, por el momento a buena altura, aunque pronto empezarán a descender y, a primera hora de la tarde, se reanudará la lluvia que lleva tanto días acompañándonos y que ya está empezando a saturarnos a todos.

Al reanudar el paseo vuelvo a detenerme para contemplar a una mujer rubia que, cargada con media docena de bolsas, procede a darles pan a las pottokas que aquí  residen, en un cercado junto a la carretera. Las yeguas y los potros se comen el pan con voracidad; deben estar cansadas de la monodieta de yerba. La mujer sube de vez en cuando con su coche para darles pan a los caballos.



Estos animales, de gran mansedumbre, se crían en semilibertad por estas montañas. El destino de la mayoría de ellos no es otro que el matadero, aunque no sé dónde se comercializa su carne, tal vez en Francia. La mayoría de los que se ven son yeguas con sus correspondientes potrillos. Las hembras, que se destinan a la cría, y algún semental son los que más tiempo viven.

Me dedico a explorar un poco de cara a futuros paseos pues hace muchos años que no subía por aquí, y menos caminando. El parque está bien señalizado, abundan los paneles informativos y los postes direccionales.

Cuando vuelvo a pasar ya de vuelta apenas quedan algunas migas de pan. Han llegado media docena de cuervos para dar cuenta de ellas y los caballos han vuelto a su pasto.

En la bajada encuentro a un perrillo en mitad del camino. Al verme se muestra temeroso, duda, no sabe si darse la vuelta o qué hacer, pero le hablo un poco y enseguida coge confianza y se acerca para saludarme antes de seguir su paseo. El también ha dejado el caserío para darse una vuelta a ver que encuentra por los alrededores.

En el siguiente caserío hay un grupo de gallinas en el camino. Al verme se refugian en la casa. Sólo el gallo, muy bonito con una plumaje que parece una manta escocesa de pequeños cuadraditos, se permite quedarse para verme pasar.

Los cazadores se han ido a comer o han dejado la caza para otro día. Los puestos están solitarios, los coches ya no invaden los costados de la pista y reina la tranquilidad. Allá abajo se ve que ha despejado el cielo sobre la costa, pero no tardará en ponerse a llover de nuevo.


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