Impresiona el silencio del bosque en esta mañana tórrida de agosto. Apenas se escuchan unas leves piadas y el murmullo del aire moviéndose entre las ramas y la hojarasca. He llegado a los embalses de Leurtza, desde la localidad navarra de Urrotz, siguiendo una estrecha carretera de montaña de cinco kilómetros. Un lugar aislado, tranquilo. Ya en el camino descubro que no tengo conexión de internet, pero no la necesito para seguir el trazado de 9 o 10 kilómetros que recorre los bosques situados alrededor de los embalses. La señalización es perfecta. Da gusto con gente que cuida de lo suyo que también es de todos.
Los embalses abastecen de energía eléctrica a la zona
Atravieso el dique del embalse. El de la derecha, está vacío. Cojo altura por un camino sombreado por las hayas y los alisos. A la derecha queda un menhir caído y, algo más adelante aparecen los restos de una calzada. El camino es ancho y cómodo; en algunos tramos, mullido.
Con el suelo seco resulta más agradable evitar la calzada por un lateral
Al final de la calzada, en el collado de Zumardena, hay un cruce. Por la izquierda se va hasta el dolmen de Pittortzar, pero antes me detengo un rato junto al camino. Pasa un hombre con una cámara de fotos al cuello. Luego aparece una cruz metálica clavada en una roca. Se llama la cruz de Erlain. Muy próxima aparece una charca en la que se reflejan las hayas. Debe ser uno de los hábitats de la rana bermeja, famosa por estos lares, pero yo no veo ninguna. Lo que si veo son varios puestos de caza, muy altos, casi a la altura de la copa de los árboles. Se ascienden por unas estrechas estructuras metálicas dotadas de peldaños. Desde aquí le disparan a la paloma torcaz.
Dolmen de Pittortzar
La cruz de Erlain
Beintza-Labaien, en el valle del Ezkurra
El Mendaur, con su ermita en lo alto, a la izquierda. Luego el Mendaurtxarreta y, a lo lejos, el perfil del Larun
La punta de Munazorrotz
Ahora debo abandonar la pista que sigo, que me conduciría de nuevo al embalse y trepar otro rato. Continúa el bosque. Es un hayedo joven, con pies muy elevados. Finalmente, el bosque termina y aparece el collado de Soratxipi, salpicado de formaciones rocosas con mosaicos de brezo y tojo. El collado alivia un poco de la sensación de espacio cerrado que producen los bosques. La brisa atenúa el efecto del sol y las vistas son muy hermosas. Las siluetas del Mendaur, con su ermita en la cumbre, y del Ekaiza. Abajo en el valle aparecen las casas de Beintza-Labaien. Un caballo pasta en la ladera del Munazorrotz, a la que debería asomarme para intentar avistar el valle del Bidasoa, pero estoy cansado, el calor aprieta, y prefiero empezar el descenso.
La senda entre brezos y roquedos
Dos bordas junto al camino, mujy próximas a los embalses
Las raices de las hayas sobre el camino
El camino serpentea
entre brezos y rocas. En cuanto entro de nuevo en el bosque encuentro un hueco,
a la vera de una vieja haya y me siento a comer algo, un par de metros por
encima del camino. A mi alrededor asoman las raíces del haya, que abandonan la
tierra y se dejan caer a lo largo.
Media hora más tarde
me despido del haya y le agradezco la hospitalidad. Paso junto a un par de
bordas y no tardo en alcanzar el punto de partida.
Hola, el recorrido que describes es muy bonito, merece la pena pasar por esos solitarios lugares en cualquier época, pero ...
ResponderEliminarEn la séptima foto, donde pones Ekaintza es el Mendaurtxarreta, el Ekaitza está a la izquierda del Mendaur y no se ve.
Bueno, a seguir por esos caminos.
Un saludo.
Hola Andoni. Gracias por el comentario.
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