El hayedo en la falda del San Donato
El pueblo de Unanu emerge entre la niebla
La niebla inunda los pueblecitos del valle. No desaparece hasta que cojo altura en el puerto de Lizarraga. El día ha salido depejado, con nubes altas y finas que velan ténuemente el sol. Me pongo a andar por una pista de tierra que se introduce en un paisaje de llanos y crestas rocosas. Por la derecha se suceden las ondulaciones del terreno, los promontorios y las dolinas. Apenas hay vegetación, salvo esporádicos espinos blancos y brezales. De vez en cuando aparece una charca o una colina. Hacia el sur las cimas ganan altura. A lo lejos se divisa la ermita de Trinidad de Iturgoyen por donde anduve hace varias semanas.
Balsas de Sarasa
Edificaciones en la sierra
La punta de Tontorraundi
Minimalismo
Una balsa a los pies de Peña Blanca
Pronto aparecen las dos balsas de Sarasa, apenas separadas por un estrecho paso por donde circula el ganado que abreva aquí. Un poco más adelante aparece el círculo de la balsa de Larraga, protegida por una cerca de alambre.
Encuentro a media docena de caminantes en esta mañana de sábado. La mayoría se dirigen al San Donato por esta vía larga pero con menos pendiente. Mi objetivo es menos ambicioso. Subiré hasta Peña Blanca y regresaré por el borde del parque, que se abre a los hayedos en la hondonada del San Donato.
Panorámica desde Peña Blanca hacia Aralar
La cumbre recién pisada queda atrás
La ascensión a Peña Blanca, a través de un terreno rocoso, es corta y fácil. Una vez arriba, cuando me asomo al borde del cortado, tres buitres echan a volar. Abajo hay otra balsa. Dedico un rato a contemplar el paisaje alrededor y comienzo el descenso.
Hay mucha roca que procuro evitar para caminar sobre la yerba corta y mullida. En el primer hueco que encuentro me aproximo al vallado de alambre que delimita el parque.
A partir de aquí el color del otoño se despliega ante mis ojos en el hayedo en forma de valle que separa el monte San Donato del cortado sobre el que camino. Lo contemplo desde distintos puntos. La hoja ya ha empezado a secarse y no tardará en caer. Entre tanto la contemplación de los bosques será un regalo para la vista.
El hayedo en el valle
Las balsas desde el otro lado y el camino que atraviesa los rasos
Al principio intento seguir las crestas pero desisto cuando veo que la ruta se mete por todos los roquedos. Es duro caminar sobre las piedras, con riesgo de meter un pie en algún hueco malévolo. Yo no le veo el interés porque el paisaje de los bordes del cortado no cambia demasiado, así que bajo a media ladera allí donde el lapiaz escasea. Dejo a un lado las cimas de Pagomotxeta, Eskalaborro y Aitzorrotz. Me detengo a comer.
Lo hago a la sombra, protegido por una roca de gran tamaño incrustada en el terreno. Mientras vacío la mochila, observo a las yeguas y potros que pasan por delante con andares tranquilos. Sobrevuelan también unas rapaces de buen tamaño. Hoy estoy fatigando mucho los prismáticos. Cuando termino sigo mi camino. Lo hago aprovechando sendas de ovejas y manteniendo la dirección oeste.
Un gran rebaño de ovejas
En los roquedos un par de buitres permanecen apostados
observando el panorama. Las rapaces continúan con sus planeos y grupos de
cuervos alborotan las campas con sus chillidos. Son tan negros que relucen con
el sol y se vuelven acharolados. Un gran rebaño de cientos de ovejas inunda la
ladera. Así, con algunas paradas para observar las aves, retorno a mi vehículo.
Antes de detengo en la Venta para tomar un refresco con hielo.
Con él paseo de hoy me despido de esta parte norte de la Sierra de Andía presidida y cobijada por la mole majestuosa del San Donato.
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