Qué tipo este
Josep Mallord William Turner, pintor inglés que vivió entre 1775 y 1851. Qué
carácter. Qué pasión la suya. La pintura ante todo. La creación, prioridad
absoluta. Así que el hombre, además de extravagante, era un solitario.
Se llevaba
mal con la humanidad, en especial con su madre, con su esposa y con sus hijas.
Estas últimas, imagino, más por haber caído bajo la influencia de su madre que
por otras razones.
El personal,
los colegas, se le mofaban en la cara. A él le daba igual. No en vano se adelantó
un siglo a los impresionistas. Visionario le dicen ahora a este tipo de
personajes.
Sin embargo,
todo el amor del mundo para su padre, un barbero. Y para la viuda, propietaria
de una pensión al borde del mar, que supo llevarlo con amor y humor, dejándole
mucha cuerda suelta.
Y qué
horrible hombre que trata a esa pobre criada como una muñeca hinchable en la
que descargar su sexualidad de tarado.
El resto del
amor para sus dos pasiones: la pintura y la naturaleza, el mar en concreto. El
artista que busca en la naturaleza lo que no encuentra en la sociedad. La
naturaleza y el arte como refugio ante el aburrimiento de la vida y de la
gente.
“El sol es
Dios”, dice para despedirse de la vida. Su pintura lo confirma.
Bonita película
esta. ¿Un poco demasiado perfecta en la ambientación quizá?
Dos horas y
media que se me pasan volando. Pero, claro, no a todo el mundo le interesa la
pintura.