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Pero el meollo de este libro está en el tema de la libertad. Para el profesor
Lurie, el protagonista, la libertad de su deseo está por encima de todo, incluso
por encima de mantener su empleo. Es por ello que no pone interés en defenderse
frente a las acusaciones del comité disciplinario que debe juzgar sobre su
relación con una alumna más joven y sobre las irregularidades académicas que ha
perpetrado para protegerla y favorecerla. Mejor irse, prefiere perderlo todo que
someterse a semejante inquisición entre puritana y corporativa.
El
caso de su única hija, Lucy, es totalmente opuesto. Ella, por razones que no se
explican, pero que pueden intuirse, acepta someterse a lo que a todas luces es
una indignidad, un abuso, con tal de poder continuar viviendo en su casa
campestre. Con el añadido de que puede elegir. Cuenta con la ayuda de su padre
para irse, para rehacer su vida en otro lugar. Pero ni siquiera la incertidumbre
social y política (estamos en la Sudáfrica previa a la caída del régimen
supremacista), los previsibles cambios que se van a producir, le hacen cambiar
de actitud.
Y
el padre, por amor a su hija, haciendo de tripas corazón. asume una situación
que le repugna y que él nunca hubiera aceptado para sí mismo.
A
vueltas siempre con la libertad. Y una certeza: nunca es gratis y, muchas
veces, es carísima. Algo que nuestras sociedades líquidas (o gaseosas) parecen
haber olvidado.