Kertész en Barcelona en 2007. Foto: Elisenda Pons
Estamos
en el último año de la Segunda Guerra Mundial, con Alemania en retroceso y la
maquinaria para la aniquilación de judíos funcionando industrialmente, a pleno
rendimiento.
Un muchacho húngaro, estudiante de secundaria, de quince años, es
capturado por la policía de su propio país y enviado al campo de exterminio de
Auschwitz, donde permanecerá tres días (suficientes para darse cuenta de lo que se
perpetraba allí) y luego a los campos de tortura (oficialmente trabajo) de
Buchenwald y de Zeitz. Un año al borde de la muerte.
Pese
a las similitudes con su propia experiencia, Imré Kertész siempre ha calificado
esta obra, publicada en 1975, como novela. Carece de importancia si es novela, memorias,
autobiografía o ficción. La catalogación literaria ni quita ni pone.
Hay
dos características que diferencian este libro de otros relacionados con el
mismo tema. La primera es la ironía de la voz narradora. La segunda, la falta de
sentimentalismo.
Sobra
decir, como no podía ser menos, que esta novela es terrible. Pero las dos
características citadas, en especial la primera, la ironía, hacen que la
lectura sea, cuando menos, soportable. El autor no busca zarandearnos, sino impregnarnos con calma del horror y la barbarie.
El
protagonista, György Kóvas, es alegre, ingenuo, confiado, acaba de conocer a
una chica. Vive con su padre y su madrastra. De vez en cuando ve a su madre. El
padre acaba de ser enviado a un campo. Ya no volverá a saber de él hasta el
final que conocerá su muerte.
Lo
meten en un tren, con otros muchachos de su edad, y él lo mira todo con
ingenuidad, con esperanza. Y con ironía, una ironía que se irá incrementando a
lo largo de la obra.
Su
único objetivo, como le ocurriría a cualquier ser humano, es sobrevivir. Al
principio, por increíble que parezca, siente, en comparación con sus compatriotas húngaros, una admiración estética por los soldados alemanes. Su primer
sentimiento es de estupor. Kertész dosifica con maestría el estupor, para ir,
poco a poco, desvelando la esencia y finalidad de los campos de exterminio.
No
hay detalles morbosos. Todo está sugerido, lo que incrementa la eficacia de la
narración, pues deja un gran espacio a la libertad imaginativa del lector.
El
protagonista, como el resto de las víctimas, sufre una serie de pruebas que le van transformando y
minando. Primero, el robo. Luego el hacinamiento (la falta de espacio para
dormir), el frío (apenas un uniforme andrajoso y un calzado pésimo), el hambre
(una dieta consistente en un plato de sopa y un mendrugo de pan que enferma a
los presos y les provoca un envejecimiento acelerado), los trabajos forzados,
las enfermedades, las palizas… Todo ello aparejado a las dos maldiciones de los campos: “el
aburrimiento y la espera.”
La
clave está en no abandonarse, en ahorrar energía, en adaptarse. El trata de ser
“un buen preso” pues sabe que esa es su remota esperanza de salir con vida.
Pero llega un momento, cuando es depositado en una carretilla junto a un montón
de cadáveres, en que la energía mental y física le abandona y está a punto de
morir.
György
extrae algunas conclusiones. Una de ellas es que, en las más destructivas
condiciones de la vida humana, la “imaginación del hombre permanece libre.”
Ningún poder puede controlar esa cualidad del ser humano. Descubre además que
la vanidad es algo que acompaña a los hombres hasta el final. Finalmente, se
percata del valor de la vida y de la importancia de vivirla de la mejor manera
posible: “Cuando era libre –se lamenta- no había vivido de la mejor manera
posible”. Sufría por cosas que ahora le parecen irrisorias.
Al
cabo de un año, cuando la derrota de Alemania termina con la guerra, el
muchacho que vuelve a su casa ya es otro. Barrunta que la experiencia le ha
dejado marcado de por vida, que hay un antes y un después de Auschwitz.
Kertész,
por su parte, malvivió como escritor y periodista durante otros cuarenta años,
bajo la dictadura comunista que sufrió Hungría hasta que, finalmente, su obra
fue reconocida en Alemania, tremenda paradoja, y de allí expandida al resto del
mundo. Recibió el Premio Nobel en 2002.
El
resto de la obra de Kertész, que poco a poco voy conociendo y asimilando, también gira
en torno al llamado Holocausto, sin olvidar la dictadura comunista. Según él no
hemos aprendido gran cosa de la lección de Auschwitz y, en consecuencia, no
descarta que pueda repetirse. El origen del Holocausto, y en esto coincide con
Hanna Arendt, no radica en el antisemitismo, sino en la naturaleza de nuestra
cultura, que se basa en un poder político omnipotente que somete a cuerpos y
almas mediante el miedo y la culpa.
Imré Kertész, Sin destino. Editorial Acantilado.
Sexo en los campos de exterminio nazis
Imré Kertész, Sin destino. Editorial Acantilado.
Sexo en los campos de exterminio nazis