El otoño termina. Ya hay más hojas en el suelo que en los árboles. Pero aún quedan días soleados. Algunos con viento del sur. Son días ideales para caminar por el campo, por el monte.
He
dejado el coche en el collado de Elurretxe y me adentro en el pinar en
dirección oeste, hacia Oyarzun. Ni siquiera haré una ruta completa, sino tan
sólo un fragmento, el que me conducirá hasta la necrópolis prehistórica de
Eguiar.
Enseguida
camino a cielo abierto, en ligero descenso. Hay muchos alerces, ahora dorados
bajo la luz del sol. También yeguas que pastan relajadas en compañía de algún potros.
Casi
desde cualquier punto del trayecto las vistas son inmejorables. Al principio, sobre
la desembocadura del Bidasoa, con el mar neblinoso al fondo. Luego aparece la
bahía de La Concha, delimitada por la isla de Santa Clara. Finalmente se incorpora el caserío de Oyarzun.
La
carretera aparece y desaparece entre prados y manchas arbóreas. Apenas hay
tráfico, tampoco paseantes. Las peñas de Lerun, a la izquierda, donde hay algunas vías de escalada, se yerguen con mucha prestancia junto al camino. Sólo me encuentro con un montañero, que viene faldeando
el cresterío granítico.
El valle de Oyarzun y, a la derecha, la bahía de San Sebastián
El
acceso a la necrópolis está a pie de carretera. Un camino ancho, bien
acondicionado, te deja en el umbral. Es un lugar fascinante. La primera
impresión, con los círculos de piedra extendidos sobre una suave loma,
sobrecoge. La sensación de estar en un lugar especial es inmediata.
Hay
un total de siete cromlechs de formas elípticas y circulares. Algunos con altas
piedras erguidas o testigos. Las
piedras son las propias de la zona: rocas de conglomerados con cantos rodados
en su interior.
Los crómlechs son posteriores a los dólmenes. Hay
unanimidad entre los especialistas en considerarlos obra de pastores.
Pertenecen a la Edad del Hierro, desde hace 3500 años hasta nuestra era.
En los dólmenes se procedía al enterramiento de los cadáveres. Los cromlechs dan paso a la incineración. Los cromlechs, según ha escrito el arqueólogo Jesús Altuna, son círculos de piedras en cuyo centro se depositaba una cerámica que contenía las cenizas del cadáver previamente incinerado. A veces estas cenizas o huesos calcinados se depositaban directamente en tierra o en pequeñas cistas limitadas por piedras.
Trato
de imaginar cómo era el mundo que veía uno de esos pastores. La orografía, sin
duda, sería la misma: el mar, las montañas, los valles. La fauna también sería
parecida, más abundante que ahora, seguramente. La flora estaría compuesta por variedades
autóctonas, no habría la proliferación de pinos actual. Tampoco habría tanta
deforestación. Lo que es seguro es que el imaginario pastor lo vería todo desnudo,
sin edificios, sin carreteras, sin antenas.
Uno de los perfiles de las Peñas de Aya
Cuando me dispongo a regresar sobre mis pasos, después de almorzar bajo el último sol del otoño, aparece un montañero. Charlamos un rato y, como vamos en la misma dirección, caminamos juntos. Se llama Felipe. Durante el trayecto, Felipe hace algo asombroso en los tiempos que corren. De vez en cuando se agacha, recoge alguna basura (cartuchos, plásticos y hasta un pañuelo abandonado), la deposita en una bolsa y se la lleva para tirarla en el lugar adecuado. Cuando llegamos hasta mi vehículo ya tiene la bolsa llena.
De vuelta me detengo a fotografiar las sinuosidades otoñales de la carretera que atraviesa el parque.
La ruta en Wikiloc
El cromlech de Oienleku
El espectacular cementerio prehistórico de Mulisko
En el Adarra, paisaje y cromlech
El espectacular cementerio prehistórico de Mulisko
En el Adarra, paisaje y cromlech