Foto: Marina Vilanova
Quinta y última entrega de los
Diarios de Salvador Pániker, publicada unos días después de su fallecimiento. Este
hombre engancha. Y tiene el don de la amenidad. Es cierto que, a estas alturas,
repite sus temas, pero esto es normal cuando el Diario ha crecido mucho.
Paniker es otro de los escasos escritores
que se hace querer, tanto por lo que escribe como por lo que se sabe o se
intuye de él. Yo a Paniker lo veo muy dandi, al menos dandi intelectual, y eso
me gusta. También me gusta que no peque de falsa modestia y el que sea tan clarividente
respecto a sí mismo.
Su facilidad para la comunicación
es portentosa. Todo lo que escribe lo convierte en un éxito, incluso para un
género tan minoritario como los Diarios.
Este libro está traspasado de
achaques y de necrológicas. Y los achaques ponen a prueba la propia filosofía
del autor. El mismo lo reconoce. Cuando la enfermedad actúa todo el resto pasa
a un segundo plano y todo se tambalea.
Poco a poco Paniker va perdiendo
su mundanidad. Ya tiene 78 años cuando empieza este dietario y 83 cuando lo
termina. Lleva una vida retirada, con escasas salidas al exterior y su habitual
veraneo en Pals. Dice que su casa se ha convertido en una cartuja. “Una cartuja
con una sola regla: “hacer a cada momento lo que a cada momento corresponde hacer.”
Termina su relación con una
cirujana pediátrica que viven en Alicante. El asunto concluye, según parece,
por inanición y marca un cierto distanciamiento respecto a todo. Describe así
su último encuentro: “peculiar y no exactamente glorioso. Hubo comunicación,
pero tampoco demasiada.”
En Pániker hay una búsqueda
espiritual permanente, pero sin renunciar a ninguno de los placeres de la
existencia, al contrario, apoyando su búsqueda en ese saber vivir. Y, a la vez, hay una duda permanente, no tanto sobre
sí mismo, como sobre sus ideas. Su lectura, que siempre aporta un dato, una
idea, un nombre, resulta muy enriquecedora.
Pero las líneas generales están
claras. “Mi postura es más taoísta, más en la línea de Alan Watts: la vida no
es un problema a resolver sino una realidad a experimentar.” Sin embargo, la
muerte acecha, y aunque asegura que no piensa demasiado en ella, otras veces
confiesa que esa idea se le presenta con frecuencia.” El se aferra a Spinoza:
en nada ha de pensar menos el hombre libre que en la muerte.
Pero las mañana son duras: “La
agonía de despertar cada mañana” o la dificultad de un sistema neurovegetativo
complicado, un tema recurrente en este filósofo.
“Siempre supe compatibilizar
amores diversos”, señala. Una frase muy suya, que se completa con su afirmación
de que nunca se sintió culpable y que el sentimiento de culpa le era ajeno.
Bien está. Pero sería interesante conocer el punto de vista de sus
compatibilizados amores.
Curiosamente advierto en esta
entrega algunas alusiones políticas que hasta la fecha había eludido
cuidadosamente, como su admiración por Obama, su crítica a Israel, su desdén por
Bush, su simpatía por Zapatero, entre otras.
Este de la política es un asunto
en el que siempre se mostró reservado. Por ejemplo, no hay una postura clara
sobre el llamado problema catalán o, al menos, yo no la he detectado.
Curiosamente, en sus funerales no hubo políticos, cosa rara en un hombre con
tantos conocidos y saludados entre las élites políticas, sociales y culturales.
Se conoce que el nacionalismo no admite equidistancias y desdeña todo lo que no
es sumisión diáfana.
Me gustaría seguir leyendo su
Diario hasta sus últimos momentos de lucidez. No sé si sus herederos lo
consentirán. No tengo duda de que sus reflexiones sobre el final de la vida,
sus experiencia al respecto, que ya están presentes en esta entrega, serán
interesantes.
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