martes, 19 de diciembre de 2017

Richard Serra, La materia del tiempo

Vista parcial de la gran sala que alberga "La materia del tiempo"

Es uno de los platos fuertes del Guggemheim Bilbao. Las ocho piezas que integran La materia del tiempo ocupan una enorme sala alargada, la sala más grande del museo. “Es la reflexión más completa de Richard Serra en torno a la fisicidad del espacio y la naturaleza de la escultura.” No me hago una idea clara de lo que pueda significar esto. Voy a comprobarlo.


Me paseo durante media hora por dentro y por fuera de las esculturas, que son de acero, no llevan pedestal y no están ancladas: se sujetan por sí mismas. En todas ellas, salvo las rectilíneas, se repite el mismo patrón: un camino curvo entre altas planchas de acero. El camino se ancha y se estrecha, igual que las paredes. Gira en espiral y culmina en un espacio abierto y vacío, de forma circular o elíptica. Bueno, me digo, esto debe ser una metáfora de la vida (más bien budista para ser precisos): un camino ondulante, más o menos luminoso, que termina en un vacío. La vuelta (porque este camino, a diferencia de la vida, tiene vuelta) se realiza por el mismo lugar o bien completando el círculo.

No está permitido hacer fotos (los vigilantes están muy atentos para que esta orden se cumpla), pero ya metidos en el túnel me permito tirar unas pocas. Hoy día sin fotos no vas a ningún lado.


En la piezas espirales y en la denominada “serpiente”, que no llegan a ningún lugar entro por un pasillo y salgo por el otro. ¿Qué siento? Poca cosa. Inquietud, tal vez, en los puntos más oscuros, o cuando parece que uno pueda chocar contra la pared de acero que se inclina. Se oyen voces que parecen provenir del interior de la escultura, pero en realidad vienen del exterior, de la gente que deambula por la gran sala.

A veces me cruzo con algún paseante que también se ha introducido en la pieza. Otras veces me cruzo con algún grupo precedido por un guía. Esto último produce alguna incomodidad por la falta de espacio. Y, además, los comentarios del público siempre le dejan a uno ligeramente aturdido.

Las dos últimas piezas las camino sin ganas, aburrido, preguntándome dónde está la gracia de esto, el sentido. No siento la “vertiginosa e inolvidable sensación de espacio en movimiento”. Tengo la impresión de que me están vendiendo grandilocuencia, grandilocuencia minimalista, que intuyo es la peor de todas.



Al final, en un cuartito hay una “didáctica” sobre el asunto, con todas las piezas a pequeña escala y puestas sobre una mesa alargada. Casi me gustan más. En un video que se proyecta el autor ofrece muchas explicaciones, pero no queda ningún asiento libre. Me voy por donde he venido.