jueves, 4 de enero de 2018

Niños en el tren

El tren a San Sebastián va abarrotado. Me siento junto a una abuela y sus dos nietas pequeñas. Las nietas disputan entre ellas, a patadas y manotazos, por el uso de una maquinita electrónica de juegos. No tardo en averiguar que son niñas caprichosas, maleducadas, un poco salvajes, pero perfectamente trilingües en castellano, vasco y francés.
La que está a mi lado pone los pies encima del asiento y, a cada rato, me da con su sandalia en la pierna. Intento leer, intento no decir nada. Como la pelea continúa, la abuela, que es más bien hosca, opta por guardar la maquinita.
En mitad del viaje, un niño que viaja a mi derecha, al otro lado del pasillo, con sus padres, lanza un grito espeluznante, que me traspasa el sistema nervioso. Los padres se lo toman a broma. Les hace gracia la criatura. Yo me esfuerzo por leer.
Afortunadamente las criaturas se bajan antes del final.
La colección de monstruitos que estamos criando. Pero claro, ellos no tienen la culpa.

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