lunes, 8 de enero de 2018

Nueva visita a Lences, Castil de Lences y Poza de la Sal

 Lences de Bureba desde el mirador

Esta mañana veraniega y festiva –es un 15 de agosto- he salido acompañado. Nos acercamos hasta Lences, en La Bureba, donde ya estuve hace algunos meses.

Dejamos el coche junto a la iglesia y, tras darle un nuevo vistazo al paraje junto al río, el puente medieval y el molino, atravesamos el pueblo, donde hay un albergue con su bar y restaurante.

Nos encaminamos hacia el mirador, que está a unos 500 metros del pueblo y cuyos accesos han sido acondicionados. Desde lo alto hay unas vistas excelentes sobre el propio pueblo y sus alrededores, sobre los campos de La Bureba y, al fondo, sobre los Montes Obarenes, desde la Mesa de Oña hasta el desfiladero de Pancorbo.

Al regresar al pueblo vemos que están abriendo la iglesia. Aprovechamos para visitarla, guiados por el párroco, que resulta ser oriundo de Bilbao, aunque de niño ya venía a Lences.


La iglesia de Santa Eugenia, cuyo exterior es notable por su portada románica, es un templo de buenas hechuras, con dos naves y dos capillas laterales, además de la sacristía y las bóvedas góticas. La Virgen con el Niño, con motivo de la festividad de hoy, ha sido profusamente adornada con flores y con velas por los vecinos. La han trasladado desde una de las capillas hasta la escalinata del altar. El retablo de madera está muy bien trabajado pero  le vendría bien una limpieza a fondo. El cura nos explica que la capilla de bóveda circular fue tapiada en los años 60 y 70 para ser utilizada como teleclub. Tras la visita dejamos al párroco afinando su guitarra para la misa del mediodía y cogemos el coche hasta Castil de Lences.

El edificio más importante de Castil es el monasterio de La Asunción, de monjas clarisas, pero no es visitable. Su iglesia es gótica. En el soportal de acceso vemos un nido de golondrinas. Uno de los progenitores entra y sale sin descanso. Su llegada al nido es recibido con piadas y picos abiertos y ansiosos.

El pueblo, con casas de piedra muy buen restauradas y el suelo pavimentado, es muy agradable de pasear. El arroyo, que brota impetuoso desde la llamada alcantarilla de la fuente, está canalizado entre las calles y produce un ameno murmullo.

Nos acercamos hasta la iglesia románica, que está cerrada, y comemos algo en unos bancos del porche. Enfrente tenemos un moral añoso, cargado de frutos que aún no están maduros, y que produce una sombra majestuosa. En esta comarca, y tal vez en otras, era costumbre plantar morales junto a las iglesias en el momento de la consagración de las mismas. No sé si este ejemplar será tan viejo como la iglesia pero sin duda es muy bello y venerable.

A un kilómetro del pueblo se encuentra la cueva de la Virgen de Manalagua, desde donde hay según dicen buenas vistas, pero lo dejamos para otro día porque tenemos la intención de acercarnos dando un paseo hasta Poza de la Sal.

Lo hacemos por el camino del monte, pero puede hacerse, con mayor comodidad, por el viejo camino, con menos desnivel, que será nuestro trayecto de vuelta. El camino del monte también es bonito, aunque se trata más bien de una senda. Atraviesa un bosque de quejigos. Hace calor, aunque una tenue capa nubosa alivia un poco el rigor solar. Al final confluye, en un paraje rocoso con mucho encanto, en el camino tradicional. Desde el cruce, se llega a través de una pista forestal, que atraviesa un pinar, hasta las calles de Poza de la Sal.


Llegamos hambrientos. Tras preguntar a un lugareño nos dirigimos a un restaurante que está muy concurrido. Ya son las tres de la tarde. Cuando entramos en el local y le damos un vistazo a la carta que figura en una pared, observo que la cocinera sale a la barra y le dice al camarero que cierra la cocina. Me temo lo peor y mis temores resultan fundados. Nos ofrecen pollo y codillo, pero vemos que los comensales dan cuenta de fuentes de ensalada, de calamares, de croquetas. Decidimos irnos.

El pueblo está animado. Se ven grupos de músicos con sus instrumentos, tomando el aperitivo. Los bares aún están concurridos. En uno de ellos pedimos unas cervezas y nos las tomamos sentados en la escalinata de la iglesia, con unos frutos secos que llevo en la mochila. Cae otra cerveza antes de retomar el camino de vuelta.

La pista que seguimos –arcillosa y pedregosa- está bien señalizada aunque el firme en algunos tramos es irregular. Tenemos media docena de kilómetros por delante. Recorremos un bosque de pinos, encinas y algunos quejigos. Al llegar al cruce, si tomáramos el ramal de la izquierda llegaríamos hasta Lences, así que cogemos el de la derecha. Dejamos atrás el bosque y entramos en tierras de cultivo con abundancia de frutales. Las vistas sobre La Bureba son excelentes. Se trata de una gran extensión llana, distribuida en grandes parcelas de cereal, en la que predomina el ocre, salpicado por el verde oscuro de pequeñas manchas boscosas y pinceladas de la vegetación que acompaña a los cauces fluviales.
 



La vuelta a Burgos la hacemos por la muy tranquila carretera que asciende hasta el páramo de Masa y que pasa por el pueblo deshabitado de Bárcenas. Me hubiera gustado darle un vistazo a Bárcenas, pero estamos cansados y seguimos la ruta. Pasamos por Abejas antes de incorporarnos a la carretera general.