Lences de Bureba desde el mirador
Dejamos el coche junto a la iglesia y, tras darle un nuevo vistazo al
paraje junto al río, el puente medieval y el molino, atravesamos el pueblo,
donde hay un albergue con su bar y restaurante.
Nos encaminamos hacia el mirador, que está a unos 500 metros del pueblo
y cuyos accesos han sido acondicionados. Desde lo alto hay unas vistas
excelentes sobre el propio pueblo y sus alrededores, sobre los campos de La
Bureba y, al fondo, sobre los Montes Obarenes, desde la Mesa de Oña hasta el
desfiladero de Pancorbo.
Al regresar al pueblo vemos que están abriendo la iglesia. Aprovechamos
para visitarla, guiados por el párroco, que resulta ser oriundo de Bilbao, aunque
de niño ya venía a Lences.
La iglesia de Santa Eugenia, cuyo exterior es notable por su portada
románica, es un templo de buenas hechuras, con dos naves y dos capillas
laterales, además de la sacristía y las bóvedas góticas. La Virgen con el Niño,
con motivo de la festividad de hoy, ha sido profusamente adornada con flores y
con velas por los vecinos. La han trasladado desde una de las capillas hasta la
escalinata del altar. El retablo de madera está muy bien trabajado pero le vendría bien una limpieza a fondo. El cura
nos explica que la capilla de bóveda circular fue tapiada en los años 60 y 70
para ser utilizada como teleclub. Tras la visita dejamos al párroco afinando su
guitarra para la misa del mediodía y cogemos el coche hasta Castil de Lences.
El edificio más importante de Castil es el monasterio de La Asunción,
de monjas clarisas, pero no es visitable. Su iglesia es gótica. En el soportal
de acceso vemos un nido de golondrinas. Uno de los progenitores entra y sale
sin descanso. Su llegada al nido es recibido con piadas y picos abiertos y
ansiosos.
El pueblo, con casas de piedra muy buen restauradas y el suelo
pavimentado, es muy agradable de pasear. El arroyo, que brota impetuoso desde
la llamada alcantarilla de la fuente, está canalizado entre las calles y
produce un ameno murmullo.
Nos acercamos hasta la iglesia románica, que está cerrada, y comemos
algo en unos bancos del porche. Enfrente tenemos un moral añoso, cargado de
frutos que aún no están maduros, y que produce una sombra majestuosa. En esta
comarca, y tal vez en otras, era costumbre plantar morales junto a las iglesias
en el momento de la consagración de las mismas. No sé si este ejemplar será tan
viejo como la iglesia pero sin duda es muy bello y venerable.
A un kilómetro del pueblo se encuentra la cueva de la Virgen de
Manalagua, desde donde hay según dicen buenas vistas, pero lo dejamos para otro
día porque tenemos la intención de acercarnos dando un paseo hasta Poza de la
Sal.
Lo hacemos por el camino del monte, pero puede hacerse, con mayor
comodidad, por el viejo camino, con menos desnivel, que será nuestro trayecto
de vuelta. El camino del monte también es bonito, aunque se trata más bien de
una senda. Atraviesa un bosque de quejigos. Hace calor, aunque una tenue capa
nubosa alivia un poco el rigor solar. Al final confluye, en un paraje rocoso
con mucho encanto, en el camino tradicional. Desde el cruce, se llega a través
de una pista forestal, que atraviesa un pinar, hasta las calles de Poza de la
Sal.
Llegamos hambrientos. Tras preguntar a un lugareño nos dirigimos a un
restaurante que está muy concurrido. Ya son las tres de la tarde. Cuando
entramos en el local y le damos un vistazo a la carta que figura en una pared,
observo que la cocinera sale a la barra y le dice al camarero que cierra la
cocina. Me temo lo peor y mis temores resultan fundados. Nos ofrecen pollo y
codillo, pero vemos que los comensales dan cuenta de fuentes de ensalada, de
calamares, de croquetas. Decidimos irnos.
El pueblo está animado. Se ven grupos de músicos con sus instrumentos,
tomando el aperitivo. Los bares aún están concurridos. En uno de ellos pedimos
unas cervezas y nos las tomamos sentados en la escalinata de la iglesia, con
unos frutos secos que llevo en la mochila. Cae otra cerveza antes de retomar el
camino de vuelta.
La pista que seguimos –arcillosa y pedregosa- está bien señalizada
aunque el firme en algunos tramos es irregular. Tenemos media docena de
kilómetros por delante. Recorremos un bosque de pinos, encinas y algunos
quejigos. Al llegar al cruce, si tomáramos el ramal de la izquierda llegaríamos
hasta Lences, así que cogemos el de la derecha. Dejamos atrás el bosque y
entramos en tierras de cultivo con abundancia de frutales. Las vistas sobre La
Bureba son excelentes. Se trata de una gran extensión llana, distribuida en
grandes parcelas de cereal, en la que predomina el ocre, salpicado por el verde
oscuro de pequeñas manchas boscosas y pinceladas de la vegetación que acompaña
a los cauces fluviales.
La vuelta a Burgos la hacemos por la muy tranquila carretera que asciende
hasta el páramo de Masa y que pasa por el pueblo deshabitado de Bárcenas. Me
hubiera gustado darle un vistazo a Bárcenas, pero estamos cansados y seguimos
la ruta. Pasamos por Abejas antes de incorporarnos a la carretera general.