jueves, 30 de mayo de 2019

Erotismo en la casa de las bellas moribundas



Este libro podría haberse titulado La casa de las bellas moribundas, porque las jóvenes narcotizadas que se ofrecen para dormir junto a viejos impotentes, están como muertas y quizá lo que los viejos desean es acostarse con la muerte y encontrarla bella y deseable.

Yukio Mishima, en el prólogo que le dedica a la obra de su amigo Kawabata, ya nos advierte que esta es una obra maestra esotérica o de significado oculto.

El viejo Eguchi, de 67 años, casado y padre de tres hijas, abuelo también, en realidad aún no es impotente, aunque parece que no le falta demasiado para serlo.

La casa en donde se desarrolla el relato es una villa campestre, situada sobre un acantilado y rodeada por un gran jardín de grandes pinos y arces. Kawabata nos describe minuciosamente la habitación donde yacen las jóvenes narcotizadas en cuyo lecho se introduce desnudo el protagonista.

 
Está forrada de cortinas de terciopelo carmesí e iluminada por luz eléctrica procedente de dos claraboyas cubiertas con papel japonés. En ella apenas se escucha otra cosa que la respiración de las durmientes, el sonido del oleaje y el del viento.

Las cinco jóvenes con las que, a lo largo de cuatro noches, se acuesta Eguchi son bellas y, probablemente, vírgenes. Kawabata nos las describe minuciosamente, con particular incidencia en la textura de su piel, los cabellos y los pechos. Es también minucioso con los olores que desprenden. Sin embargo, el narcótico que se les ha suministrado hace de ellas meros objetos que no responden a ninguno de los gestos del viejo. El está seguro de que, incluso si decidiera estrangularlas, cosa que se plantea en varias ocasiones, ellas no se enterarían.

¿Puede imaginarse algo más triste que estas mujeres jóvenes a merced de viejos impotentes? A Eguchi cada una de ellas le evoca a otras mujeres de su pasado, a historias furtivas, ocasionales, apenas esbozadas. El viejo se entrega a un ejercicio continuo de melancolía.

Cada una de las noches se desarrolla de forma parecida. Cuando el viejo llega la mujer ya está dormida. El la contempla, la toca con delicadeza, se deja llevar por los recuerdos, elucubra sobre si será capaz de pasar del erotismo a la actividad sexual y, finalmente, opta por tomarse los dos sedantes que siempre le dejan a mano y dormir.

Dice George Bataille que lo que diferencia al erotismo de la actividad sexual “es una investigación o búsqueda psicológica”. Es a esa investigación a la que se dedica el protagonista y también la esencia de esta novela corta.

Tal vez lo que el viejo busca es familiarizarse con la muerte. Al menos eso podría deducirse de hacer caso al marqués de Sade cuando dijo: “No hay mejor medio de familiarizarse con la muerte que aliarla a una idea libertina.”

Pero también hay un aferrarse a la vida, como recuerda la novela: “Desde la antigüedad los ancianos habían intentado usar la fragancia de las doncellas como un elixir de juventud.”

Finalmente Bataille de nuevo: “Puede decirse que el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte.”


Algunos fragmentos

“Algunos caballeros dicen que tienen sueños felices. Otros dicen que recuerdan lo que sentían cuando eran jóvenes.”

“¡Y acaso no podía ser la propia bella durmiente una especie de Buda? Era de carne y hueso, y su piel joven y su fragancia podían significar el perdón para los tristes ancianos.”

“Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana. En la oscuridad del mundo están enterradas todas las variedades de la transgresión.”

“Se acercó a ella con una pasión suave, una débil afirmación, un sentimiento de armonía con la mujer. La aventura, la lucha que aceleraba la respiración habían desaparecido.”

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Yasunari Kawabata, La casa de las bellas durmientes, Caralt, traducción de Pilar Giralt, 155 pgs.
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3 comentarios:

  1. Tema escabroso y seguramente muy censurable por las ortodoxias dominantes hoy día. Pero la inaccesibilidad para siempre de las jóvenes por los viejos y de los jóvenes por las viejas es una renuncia tan calamitosa, tan desoladora, que por fuerza será siempre un tema literario. (Y social: el amor venal).
    Y a todo esto: sin hacerse para nada la ilusión o la ficción de que cuando se era joven se tuviese acceso a cualquier beldad a la vista.

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  2. Se me ocurre pensar que no estaría mal que, en efevto, dominaran las ortodoxias. Por lo menos el pecado estaría garantizado y habría un povo mas de emoción. Lo de ahora es más bien una tolerancia amorfa y aburrida.
    Siempre me pregunto, tontamente, cómo sería leer a Kawabata en su idioma.

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