martes, 2 de marzo de 2021

Tildes, El Pideco, Monarquía, ¿Crisis?, Frivolidad

SI ERES crítico literario, tienes que leer libros malos. Si eres crítico de cine, tienes que ver películas horrendas. Si eres comentarista político, tienes que hablar sobre Pablo Hasel. En el pecado llevan la penitencia.


Tildes. Una cosa tengo clara, estimada periodista Rebeca Argudo: cuando “me duele una tilde” --Hasel-- no la pongo y cuando me duele la ausencia de una tilde --Irún, mi ciudad natal-- la pongo. Antes a esto se le llamaba respeto por la lengua propia. Pero eso debió ser antes del 23-F.


El Pideco. Tras recibir el tercer grado penitenciario, Iñaki Urdangarín, cuñado y yerno de monarcas, será trasladado a una cárcel de Vitoria. El reo ha conseguido también un nuevo empleo, lo que es todo un éxito en los tiempos que corren. El último convicto en conseguirlo fue el político --supuesto jefe golpista-- Oriol Junqueras. Lo que me ha llamado la atención --pues ignoraba que estuviéramos tan avanzados en el camino del progresismo-- es que don Iñaki --como se le llamaba antes de cruzar la línea roja-- va a seguir un “programa de tratamiento para delincuentes económicos”, pionero en el mundo, denominado Pideco. Sospecho que será un programa basado en el intento de anular la dependencia que, como las drogas y el sexo, según dicen, genera el llamado “dinero fácil”.
A falta de mayores datos hay algo ineluctable: en el estado español --antes España-- no van a faltar alumnos para matricularse en el Pideco. Sólo cabe desearles el mayor de los éxitos. Las arcas de la Hacienda les quedarán muy agradecidas.


DESTRUIR en la vejez --tal vez por despecho-- la obra de toda una vida es asunto más habitual del que cabe imaginar. Ahí está el rey J.C., que parece empeñado en destruir la monarquía que tanto le costó levantar. Si continúa haciendo una tontería tras otra, seguro que lo conseguirá. Colaboradores no le faltarán.

HAY gente --como tocada por el dedo de la divinidad-- que, con solo abrir la boca, resurge de sus cenizas.


ME HACEN gracia las especulaciones de los opinadores sobre las crisis en el actual Gobierno y sobre su eventual disolución. No hay tal ni la habrá. Es una cuestión de matemáticas, de sumar y restar. Los dos socios de gobierno suman, con el apoyo de terceros, cuartos y quintos. Cada uno de los socios por su cuenta no suman. Y, por descontado, ambos están interesados en mantenerse en el poder.
En España --y supongo que en cualquier otro lugar-- si no estás en el poder no eres nada, no vales nada. Ergo, tenemos gobierno socialcomunista para rato. Me atrevería a decir que, por lo menos, hasta el final de la legislatura. Abandonen toda esperanza.
(Si estarán seguros los podemitas, que en Cataluña se postulan para formar gobierno con los separatistas de ERC sin contar con el Partido Socialista.)


EN FACEBOOK hay censura. En Twitter hay censura. En los medios no hay censura, porque son privados y en ellos no interviene cualquiera, como ocurre con las redes. La censura en los medios corre a cargo del director o del editor y no suele trascender. En nuestros días la denominada opinión pública es el gran censor. Es la corrección política. Y la opinión pública no nace de la nada. Se crea desde el poder, desde los poderes, con la inestimable colaboración de los medios y, desde hace algún tiempo, de las redes sociales. La libertad de expresión es uno de los muchos mitos de las sociedades “liberales”.

UNA escritora catalana que acaba de publicar su tercera novela presume de frivolidad. Tiene alguna gracia escribiendo, sobre todo sus artículos cortos, lo que no es poco. Pero le pierde la frivolidad. Empecé a leer su primera novela pero me aburrí enseguida. La segunda, de mucho éxito, no la he catado. De vez en cuando me asomo a sus artículos, que suelen ser originales en cuanto a los temas. Pero esa tendencia a la frivolidad, propia de la “niña bien” que no tiene problemas económicos y no quiere ver los que tiene la mayoría de la gente, me produce algún rechazo, y, en consecuencia, he dejado de leerle.
La frivolidad en la literatura o en el periodismo es peligrosa. Puede tener un cierto atractivo inicial, pero en cuanto se refiere a un tema problemático --por ejemplo la situación económica, o la crisis pandémica-- se vuelve desagradable.
La ironía me atrae mucho, incluso el sarcasmo es divertido, pero la frivolidad tiene poca gracia.

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