Sobre un cerro rocoso –a unos mil metros de altura–, y protegida por las hoces de los ríos Júcar y Huécar, se alza la ciudad antigua de Cuenca, patrimonio de la Humanidad y una de las ciudades más bellas de España.
Como tantas otras fortalezas fue edificada por los musulmanes del Califato de Córdoba en el siglo VIII. Más de cuatro siglos después fue reconquistada por Alfonso VIII.
Gracias a la industria textil y a la ganadería conoció un gran desarrollo económico entre los siglos XV y XVI. Esta pujanza económica permitió una gran actividad constructiva y sentó las bases del esplendor arquitectónico que hoy podemos admirar.
En el siglo XVII llega la decadencia que se extiende hasta varias décadas atrás, con la llegada del turismo.
El casco antiguo alberga una hermosa catedral, las casas colgantes, palacios y casas señoriales, conventos e iglesias, el puente metálico de san Pablo que sobrevuela el abismo, un intrincado trazado de calles y una decena de museos que acogen lo más destacado del arte contemporáneo.
La naturaleza se abre a la serranía y parece aquí al alcance de la mano, con una tupida red de senderos y unos cielos azules y cambiantes donde las nubes pasan raudas jugando con una luz alegre e intensa.
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