Como es
habitual, el otoño se adelanta en este rincón del Cantábrico. Hace unos días,
por la mañana temprano, ha llegado la primera señal: la luz ha cambiado; ahora
es menos luminosa, pero más dorada. También por la mañana temprano la humedad
ha empezado a condensarse sobre los cristales y el termómetro ha bajado tres o cuatro
grados.
Hoy, durante
el paseo matinal, había un extraño silencio, algo que se ha echado de menos
durante los dos últimos meses, el tiempo que dura lo que aquí denominan la saison. La razón es simple: han
desaparecido centenares de coches. Hendaya, durante el verano, es un
amontonamiento de coches que se mueven lentamente de aquí para allá desde que
amanece hasta bien entrada la noche.
El aire
parece haberse vuelto más fino y limpio, pero la ausencia del ruido de los
motores es una sensación perfectamente aliviadora, la vida vuelve a su ser.
Durante los
dos meses precedentes había dejado de ver a los cormoranes. Ni siquiera los vi en
su residencia habitual de las Gemelas el día que fui de visita al paraje de
Abadie. Me preguntaba qué habría sido de ellos. Ayer, sin embargo, pude
contemplar a uno mientras pescaba su desayuno en aguas de la bahía. Me fue dado
contemplar cómo emergía con un pez en el pico y cómo lo dejaba caer garganta
abajo -con lentos y esforzados movimientos contractivos pues el bocado era de
buen tamaño.
Poco después
sobrevoló la bahía un grupo de tres, remontando las aguas del Bidasoa, donde
suelen adentrarse para pescar. La imagen me tranquilizó, hizo que me sintiera
mejor, como cuando uno recupera una costumbre que las circunstancias le han
impedido cumplir durante los últimos tiempos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario