jueves, 29 de agosto de 2013

Bienvenida al otoño

Como es habitual, el otoño se adelanta en este rincón del Cantábrico. Hace unos días, por la mañana temprano, ha llegado la primera señal: la luz ha cambiado; ahora es menos luminosa, pero más dorada. También por la mañana temprano la humedad ha empezado a condensarse sobre los cristales y el termómetro ha bajado tres o cuatro grados.

Hoy, durante el paseo matinal, había un extraño silencio, algo que se ha echado de menos durante los dos últimos meses, el tiempo que dura lo que aquí denominan la saison. La razón es simple: han desaparecido centenares de coches. Hendaya, durante el verano, es un amontonamiento de coches que se mueven lentamente de aquí para allá desde que amanece hasta bien entrada la noche.

El aire parece haberse vuelto más fino y limpio, pero la ausencia del ruido de los motores es una sensación perfectamente aliviadora, la vida vuelve a su ser.

Durante los dos meses precedentes había dejado de ver a los cormoranes. Ni siquiera los vi en su residencia habitual de las Gemelas el día que fui de visita al paraje de Abadie. Me preguntaba qué habría sido de ellos. Ayer, sin embargo, pude contemplar a uno mientras pescaba su desayuno en aguas de la bahía. Me fue dado contemplar cómo emergía con un pez en el pico y cómo lo dejaba caer garganta abajo -con lentos y esforzados movimientos contractivos pues el bocado era de buen tamaño.

Poco después sobrevoló la bahía un grupo de tres, remontando las aguas del Bidasoa, donde suelen adentrarse para pescar. La imagen me tranquilizó, hizo que me sintiera mejor, como cuando uno recupera una costumbre que las circunstancias le han impedido cumplir durante los últimos tiempos.

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