Lo que el nacionalismo no soporta es la igualdad: los mismos
derechos, las mismas obligaciones; cada ciudadano un voto y todos los votos
tienen idéntico valor. Con estos principios -que se supone la izquierda debería
venerar, pero que no lo hace en absoluto, bien al contrario- no pueden los
nacionalistas. De ahí que cada región, con su burguesía a la cabeza y su
pequeña-burguesía haciendo los coros y poniendo el cazo, quiera sus propios
privilegios. Lo de la independencia, salvo en casos de obtusismo severo -que
abundan más de lo que parece-, es sólo un estribillo para que no decaiga la
melodía, porque, en realidad, lo que es un chollo es mantener los privilegios
y, además, tener a papá Estado, allá en Madrid, disponible por si hace falta un
rescate o lo que fuere. El problema es que una democracia sin igualdad no vale
la pena. Acudir a las urnas sabiendo que tu voto vale la décima parte de lo que
vale el del vecino es un ejercicio para bobos.
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