lunes, 16 de septiembre de 2013

La cascada de Aitzondo

En el parque de Peñas de Aya. Mañana de sábado soleada. A la cascada de Aitzondo, siguiendo la SL-Gi 1006. Durante buena parte del camino, un agradable y dulce murmullo de agua que corre, aunque no es visible, en el fondo del barranco. De vez en cuando se la ve saltando entre piedras o formando un charco al borde del camino.


Ruinas de instalaciones mineras, a ambos lados del camino. No es que sea un tema que me apasione, pero este tipo de edificios, con ese abandono y dejadez, tienen su gracia para obtener imágenes tristes y desoladas. En la segunda se ven unos hornos.

La primera cuesta fuerte. Afortunadamente en el paseo sólo hay dos.

Una especie de puerta que, supongo, serviría para delimitar el espacio de la explotación minera. Puede que esté relacionada con un ferrocarril minero que se movía por aquí en su tiempo.

Señalización que siempre resulta relajante para los urbanitas que nos lanzamos al campo. En general el paseo está bien balizado aunque hay un punto en el que falta la señal y uno tiende a irse hacia los tubos. Pues no, hay que seguir cuesta arriba.

Aquí llega la decepción. Siempre tiene que haber alguna decepción para apreciar mejor el resto. Esperaba contemplar la cascada de Aitzondo pero sólo hay estas ruinas. Merodeo un poco por el interior pero prefiero abandonarlas no sea que se me caiga encima una viga. Leo que es necesario trepar doscientos metros por un cauce de piedras y no sé qué más.

Hasta el momento he caminado por la sombra, pero la mañana es soleada. Allá arriba, en aquella peña da el sol. A partir de ahora, en el camino de descenso, me pongo el sombrero y las gafas de sol. Qué agradable.


Hilos de agua que caen por la ladera y forman un precioso charco cristalino donde se reflejan los verdes vegetales. Lástima no haber traído la otra cámara.

El último tramo discurre por una pista. Donde hay una pista hay coches. Pero estos son aún peor: todoterrenos. Cazadores que llegan con sus cuatroporcuatro hasta el borde del camino, no vayan a herniarse, para participar en una batida de jabalíes. Debidamente autorizada, eso sí. Me voy rápido no sea que se les escape un tiro…

Otro charquito límpido, donde se refleja una cerca de madera. En Errotazar, para la hora de vuelta ya hay un gentío paseándose por el lugar en todos los vehículos imaginables. Me tomo un café que me sabe a gloria. En la próxima me llevo un termo.




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